Al entrar a Teherán, la capital de Irán, el pulso del país se siente desde el primer instante. El tráfico intenso domina las calles, pero en los barrios del norte aparece otra imagen: mujeres de todas las edades caminan con el cabello libre al viento. Esta escena, común en las avenidas de Vali-e Asr, era impensable hace apenas unos años.
Cada vez más iraníes deciden renunciar al hiyab obligatorio. Este acto, simple en apariencia, desafía uno de los pilares del sistema de la República Islámica. Desde 1979, los clérigos chiitas han promovido un estricto código de vestimenta. Sin embargo, la muerte de Mahsa Amini en 2022 transformó el paisaje social y político del país. Miles de mujeres salieron a las calles y encendieron un movimiento de resistencia que continúa hoy.
Según la analista Holly Dagres, la escena actual resulta “inimaginable”. Durante décadas, mostrar un mechón de cabello podía atraer a la policía moral. No obstante, ahora las mujeres desafían abiertamente la norma. Las autoridades, además, enfrentan apagones, escasez de agua y una economía debilitada. Por eso temen reactivar protestas masivas.
Una visita a Irán revela un cambio profundo
Con una visa de tres días para una cumbre diplomática, el paisaje que encontré en Irán distaba del que recordaba en mis viajes de 2018 y 2019. Durante esos años, Irán vivió protestas económicas, la muerte de Amini, la pandemia y una guerra de 12 días con Israel. Aun así, nada anticipaba el giro actual.
En el pasado, la policía y los Basijis vigilaban cada detalle del hiyab. Cuando el ambiente se relajaba, algunas mujeres bajaban un poco el pañuelo. Hoy la situación es distinta. En la plaza Tajrish, jóvenes que salen de la escuela se quitan el velo con rapidez. En el bazar, mujeres de todas las edades caminan sin cubrirse. Incluso dos policías conversan mientras ellas pasan sin problema.
La escena se repite en espacios privados y hoteles. En un evento del Hotel Espinas Palace, mujeres caminan sin hiyab frente a carteles que recuerdan la obligación. La presión social también se flexibiliza en el sur de Teherán, aunque el clima conserva tintes más conservadores.
El temor, sin embargo, sigue presente. Una iraní que emigró a Canadá confesó que usar el velo sin creer en él la hacía sentir insegura durante años. A pesar de la distancia, todavía siente miedo cuando busca su pañuelo de manera automática.
Una población descontenta
Las tensiones políticas y económicas profundizan el malestar. El presidente reformista Masoud Pezeshkian defiende el derecho a elegir. Pero los sectores conservadores exigen endurecer la ley. Mientras tanto, el líder supremo, Alí Jamenei, evita intervenir. El gobierno enfrenta inflación, sanciones y una moneda debilitada. La población también teme otra guerra con Israel.
Las encuestas internas muestran un rechazo creciente al gobierno. Crece la preocupación entre los votantes y la participación cayó en las últimas elecciones. Los iraníes sienten el desgaste tras años de crisis económicas y ambientales.
Una batalla cultural sin pausa
Aunque el gobierno relajó las sanciones por no usar velo, los conservadores presionan para recuperar el control. Algunos funcionarios piden desplegar miles de voluntarios para “promover la disciplina social”. Otros reclaman castigos severos, incluso latigazos o prisión.
Sin embargo, el gobierno anunció que no asignará fondos a la policía moral. Esta decisión marca un giro histórico en un país donde el hiyab ha sido símbolo político durante décadas.
Mientras tanto, la resistencia se ve también en la cultura. Hace dos semanas, un grupo tocó rock estadounidense en una calle de Teherán. Hombres y mujeres se reunieron sin separación y nadie llevaba velo. Estas escenas, antes impensables, se repiten en varias ciudades del país.
Organizaciones de derechos humanos recuerdan que las mujeres aún enfrentan multas, vigilancia y cierres de negocios. Aun así, continúan desafiando la norma. Para muchas, este acto cotidiano ya representa una revolución cultural que avanza, paso a paso, por las calles de Irán.
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