El libro de Virginia Giuffre no es una biografía más ni una pieza de escándalo. Es la reconstrucción de una herida. Una voz que, tras años de silencio, se convierte en testimonio y denuncia. Giuffre, sobreviviente de la red de abuso sexual encabezada por Jeffrey Epstein, vuelve a narrar su historia, no para revivir el dolor, sino para reclamar verdad y memoria.
A sus cuarenta años, la mujer que enfrentó a uno de los hombres más poderosos del mundo —y al círculo de influencia que lo protegía— escribe desde la memoria y el coraje. En sus páginas, no busca venganza, sino justicia.
Una historia que el poder quiso borrar
Durante más de una década, el nombre de Virginia Giuffre fue reducido a una nota al pie en los casos contra Epstein y Ghislaine Maxwell. Su testimonio se minimizó, se puso en duda y se usó como moneda en negociaciones judiciales. Sin embargo, su denuncia contra el príncipe Andrés, hijo de la reina Isabel II, rompió un muro de impunidad que parecía infranqueable.
Giuffre no sólo señaló a su agresor. Señaló el sistema que lo permitió: la red de complicidad entre dinero, prestigio y silencio. Su libro revive ese momento no como una revancha, sino como una advertencia sobre la fragilidad de la justicia cuando el poder está en juego.
Del miedo a la palabra
El testimonio de Giuffre tiene un peso político y simbólico. En su relato, el abuso sexual se entrelaza con la manipulación psicológica, el aislamiento y la sensación de que la verdad no bastará. La autora escribe desde ese abismo, pero también desde la reconstrucción.
Su voz no es la de una víctima, sino la de una sobreviviente que entendió que hablar es resistir. En sus capítulos, la palabra se convierte en arma: “Me arrebataron la infancia —escribe—, pero no mi capacidad de recordar”. Esa memoria es, hoy, su acto más radical.
El eco del silencio institucional
El libro llega en un contexto en que la monarquía británica busca rehacerse tras la muerte de Isabel II. Pero el caso Giuffre vuelve a colocar al príncipe Andrés en el centro de la crítica pública. Aunque el acuerdo judicial firmado en 2022 impidió un juicio, la publicación del testimonio reabre un debate que Buckingham intentó cerrar: ¿qué significa la responsabilidad moral cuando se ostenta poder?
Giuffre no menciona a la familia real con odio, sino con precisión. La suya es una denuncia sostenida por hechos, documentos y recuerdos que el sistema intentó desacreditar. Su historia desmonta la narrativa de la inocencia real y evidencia cómo las instituciones tienden a protegerse a sí mismas antes que a las víctimas.
La denuncia como memoria colectiva
Más allá de la figura del príncipe Andrés, la obra de Giuffre es una reflexión sobre la violencia estructural. Su testimonio se suma al movimiento global de mujeres que decidieron hablar, aun cuando hacerlo implicaba revivir el trauma.
Cada página es un recordatorio de que la impunidad no depende sólo de los tribunales. También se alimenta del olvido, del descrédito y del miedo. Frente a ello, Giuffre propone una memoria activa: una forma de resistencia que trasciende lo individual.
Su historia también interpela a los medios, que durante años trataron el caso como espectáculo. Hoy, el tono cambia: la denuncia se convierte en documento histórico, y la memoria, en justicia simbólica.
Más allá del escándalo: el derecho a existir
El mayor logro del libro es recuperar la humanidad detrás del caso. Giuffre no busca fama ni compasión, sino dignidad. Escribe para quienes fueron silenciadas, para las que aún no se atreven a hablar, para que el dolor no se repita.
“Durante años pensé que nadie me creería”, confiesa en un pasaje. “Pero entendí que no necesito que me crean todos, sólo necesito que me escuchen”. Esa frase resume la esencia de su obra: una denuncia que se transforma en memoria y una memoria que exige ser escuchada.
Un testimonio que incomoda, pero sana
El libro de Virginia Giuffre no ofrece redención, sino verdad. Es incómodo porque exhibe la distancia entre el discurso de la justicia y su aplicación. Pero también es reparador: al narrarse, Giuffre deja de ser objeto de los titulares y se convierte en autora de su historia.
La denuncia se convierte en memoria, y la memoria, en un llamado ético: creerle a las mujeres no es un acto de fe, sino de justicia.
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