La violencia estética es probablemente una de las armas más fuertes que el patriarcado y el capitalismo ha ejercido contra los seres humanos, y principalmente contra las mujeres. Y aunque hoy la veamos representada de tantas maneras nuevas, la violencia estética es quizá una de las armas más antiguas que la sociedad ha ejercido contra las personas.
La hemos visto en diferentes civilizaciones a lo largo de la historia, pero probablemente comenzó a ser más evidente en la época de la colonización. Esto se debió a que, como ser blanco era superior, entonces todos los rasgos que eran asociados a ello se volvieron atractivos debido a la superioridad social que implicaban. Quienes se han visto mayormente afectadas por los estándares de belleza han sido las mujeres, sin embargo también llega a afectar a los hombres.https://www.youtube.com/watch?v=CQiCr__6-_Q
¿Qué es la violencia estética?
La «violencia» de los cánones de belleza se refiere a las formas dañinas, muchas veces sutiles o «suaves», en que estos ideales sociales generalizados infligen daños psicológicos, físicos y económicos a las personas, principalmente a las mujeres.
Esta violencia es simbólica y estructural y se alimenta de un sistema en que las mujeres son continuamente vistas como objetos. Al mismo tiempo, el mayor valor que las mujeres pueden demostrar tener en la sociedad es el de ser bellas.
Y es que la belleza de las mujeres está tan comoditizada que la idea de que ser bellas nos abrirá la puerta ciertas oportunidades para nuestra felicidad no está del todo equivocado (incluso cuando probablemente no sea esta la manera en la que encontremos la verdadera felicidad).
En 2022 la revista The Economist publicó un artículo titulado The Economics of Thinness, en el que explicaban cómo es que las mujeres obesas tienen una desventaja sobre las mujeres delgadas en el sistema económico en el que vivimos. Desde ganar menos dinero hasta tener menos acceso a privilegios, la disparidad es real.
La lógica detrás de este artículo sostenía que es económicamente racional que las mujeres ambiciosas se esfuercen al máximo para estar delgadas, pues eso les abrirá la puerta a mejores oportunidades. Y esto no aplicaba únicamente a puestos en los que las mujeres iban a tener una exposición constante o contacto directo con el cliente, sino que simplemente eran “mejores” candidatas si eran delgadas.
La violencia estética tiene sus raíces en la construcción social de la belleza y en los ideales culturales que se imponen a través de los medios de comunicación, la publicidad y la industria del entretenimiento. Estos ideales suelen basarse en estándares de belleza irreales que no representan la diversidad de formas y tamaños corporales que existen en la realidad. Como resultado, muchas personas se sienten presionadas a cumplir con estos estándares, lo que puede generar inseguridad, insatisfacción corporal y baja autoestima.
¿Un espacio de dominio público?
La violencia estética se ha esparcido y se ha vuelto cánon primordialmente a través de los medios de comunicación: desde los medios impresos hasta las redes sociales, los medios masivos han tenido un papel primordial en estandarizar la belleza y dictar a qué debemos aspirar.
Y ha sido a partir de ello que las personas han absorbido estas ideas y, al mismo tiempo, comenzado a esparcirlas también. Uno de los hábitos más comunes es el sentirse con derecho de poder opinar sobre cualquier aspecto relativo al físico de una mujer. Ya sean opiniones buenas o malas, parece que nuestros cuerpos son dominio público para las opiniones de otros.
Desde personas lejanas a nosotras como alguien que nos atiende en un negocio o un compañero de trabajo haciéndonos un cumplido, hasta padres, madres, hermanos o amigos diciéndonos que nos veríamos mejor si nos arregláramos más, si perdiéramos peso, o si simplemente nos viéramos de una forma que se adaptara a sus estándares. Incluso si estas personas no tienen nada que ver con la manera en la que vivimos nuestras vidas.
Esta violencia incluye la creación de ideales corporales inalcanzables, lo que genera insatisfacción corporal generalizada, trastornos alimentarios y baja autoestima. También se manifiesta como discriminación, mayor escrutinio y cosificación, afectando especialmente a las mujeres y otros grupos marginados al reforzar la jerarquía de género y limitar sus oportunidades.
Un estándar excluyente
La mayoría de nuestros estándares de belleza se basan en el sexismo y la misoginia, que tratan a las mujeres como objetos que deben cumplir ciertos requisitos.
Soñar con alcanzar la belleza no sería lo mismo sin su accesibilidad. Es por eso que las personas con discapacidad suelen ser las primeras víctimas en la guerra de la belleza debido a la presión para ajustarse a estándares que no les favorecen. Por otro lado, el capacitismo —la preferencia social por los rasgos de «personas sin discapacidad»— se entrelaza profundamente con los estándares de belleza. Estos estándares no solo rechazan las discapacidades físicas, sino que también promueven un ideal de «en forma» que muchos cuerpos con discapacidad no pueden alcanzar. Las redes sociales exacerban esta exclusión, mostrando un espectro reducido de cuerpos, incluso dentro de los movimientos de body positivity.
Al mismo tiempo, las personas racializadas son víctimas únicas de la belleza. Los estándares de belleza racializados, sean eurocéntricos o no, no son menos dañinos. Celebrar rasgos como labios carnosos o caderas anchas solo cuando aparecen en cuerpos blancos o de piel más clara, como Cardi B o Kim Kardashian, continúa la eliminación de las mujeres negras y otras mujeres racializadas.
Es tiempo de que nos demos cuenta que seguir sosteniendo y perpetuando los estándares de belleza inalcanzables solo nos hace retroceder como sociedad. Mientras sigamos oprimiendo a la mitad de la población (literalmente) desde el nacimiento no podremos hacer los avances necesarios que nos detienen de resolver los problemas reales que tenemos como sociedad.
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