Lo que perdemos al perder el aburrimiento

Lo que perdemos al perder el aburrimiento

Entre los muchos aspectos de los que se ha apoderado nuestra conexión perenne con nuestros teléfonos, la pérdida del aburrimiento podría ser una de las más importantes. Y es que en la superficie probablemente estén cumpliendo su propósito: momentos como los trayectos en transporte público, el esperar en el consultorio del doctor o al hacer un trámite o cuando llegamos temprano a un restaurante para vernos con un amigo: todos estos ahora se pueden convertir en potenciales momentos productivos de responder mensajes, ponernos al corriente con correos o llamadas o simplemente leer las noticias o revisar nuestras redes sociales.

Y en la teoría esto debería ser positivo ¿no? Sin embargo, la realidad es que esta constante conexión y “productividad” parece estarnos quitando mucho más de lo que nos pudiera dar. Y es que hay suficiente evidencia de la manera que los seres humanos funcionamos neurológicamente para saber que el estar constantemente estimulados y no tener ni un solo segundo para aburrirnos puede ser mucho más nocivo de lo que creemos.

Existe un importante valor en el dejar que nuestras mentes divaguen, en el “soñar despiertos” y en el permitirnos estar aburridos. Ya sea en una tarde libre en casa o simplemente en los momentos de espera que dividen las partes de nuestro día. La historia ofrece muchos ejemplos de avances científicos que surgieron durante momentos de divagación o de inactividad: René Descartes en la cama mirando fijamente una mosca en el techo y creando la geometría de coordenadas; la visión de Albert Einstein de la torre de Berna en un tranvía que dio origen a la teoría de la relatividad especial; la caminata por el bosque que impulsó a Nikola Tesla a idear la corriente eléctrica alterna.

Aunque la experiencia del aburrimiento es profundamente humana, lo que buscamos cuando lo experimentamos está socialmente estructurado y es propio del espacio temporal que vivimos. Los objetos de épocas pasadas han dado paso a los teléfonos inteligentes. La nuestra es una distracción más mercantilizada, y tendrá impactos a largo plazo que apenas comenzamos a comprender. 

El peligro de la sobre estimulación

En el libro The Conquest of Happiness, el filósofo británico Bertrand Russell señala que una vida demasiado llena de estimulación es una vida agotadora, en la que se necesitan estímulos cada vez más fuertes para producir la emoción que se ha llegado a considerar parte esencial del placer. Y es que el confundir la reducción de estímulos constantes con aburrimiento es quizá uno de los mayores errores de nuestro tiempo. 

El aprender a existir con nosotros mismos sin necesidad de estar distraídos con un dispositivo es uno de los hábitos que más estamos perdiendo. No es una coincidencia que el vivir constantemente ansiosos sea un mal común y que frecuentemente sintamos que nos estamos, de alguna manera, perdiendo de algo.

¿Qué sucede cuando reemplazamos el aburrimiento con distracción y estimulación constantes? Las advertencias sobre los efectos nocivos del exceso de estímulos no son nuevas. Sigmund Freud dijo que “Para un organismo vivo, la protección contra los estímulos es una función casi más importante que la recepción de los mismos”. Sin embargo, es difícil que incluso Russell y Freud pudieran ver venir la época de sobreestimulación normalizada que hoy vivimos. 

Es un impulso humano razonable buscar distracciones cuando sentimos aburrimiento. Lo novedoso de nuestro momento actual es que el método que hemos elegido para aliviar el aburrimiento a corto plazo tiene impactos negativos a largo plazo en nuestra capacidad de atención y paciencia.

De forma menos intensa, todos entramos en un estado subóptimo cuando recurrimos a nuestros celulares para aliviar el aburrimiento. No obstante, las distracciones que buscamos no solo consumen nuestro tiempo, sino que también deterioran muchos hábitos mentales que requieren tiempo y paciencia para formarse, como la empatía, la consciencia y la regulación emocional.

Al no permitirnos estar aburridos y hacer esfuerzos tan grandes por ocupar cada segundo de nuestro tiempo libre o hacer de nuestros días lo más productivos posibles estaríamos acostumbrando a nuestro cerebro a una dosis poco saludable de estímulos para sentirse satisfecho. Estaríamos arriesgándonos a dejar de sentir el asombro de las pequeñas cosas y el apreciar la calma y la quietud que ayudan a regular nuestro sistema nervioso.

El valor de soñar despiertos

Una cultura sin aburrimiento, centrada en la eficiencia, también terminaría con el acto de soñar despierto, otro de los usos del tiempo libre. Soñar despierto parece un término anticuado en una época en la que se valoran la productividad y la utilidad. Pero, como han descubierto psicólogos y neurólogos, una mente dispersa (a menudo la primera señal de aburrimiento) también es una mente creativa. En la década de 1960, el psicólogo Jerome Singer, precursor de los estudios sobre la soñación, identificó tres tipos de divagación mental: la «soñación positiva y constructiva» productiva y creativa, la «soñación culpable-disfórica» ??obsesiva y la «falta de control atencional». 

Singer creía que soñar despierto era una conducta adaptativa positiva, a diferencia de lo que se creía en la época. Como señaló un estudiante de Singer, la obra de Singer encontró fuertes asociaciones entre soñar despierto y el rasgo de personalidad de estar abierto a las experiencias, que demuestra sensibilidad, curiosidad y voluntad de explorar nuevas ideas y sentimientos.

Y este hábito es particularmente nocivo para los niños y adolescentes que están en etapas clave de su desarrollo cognitivo. Y aunque parezca imposible para un padre o madre poder entretener a sus hijos en edades tempranas sin el uso de un dispositivo móvil, es probablemente uno de los favores más grandes que le podríamos hacer a su desarrollo cognitivo y neurológico, al igual que a su salud mental. Y aunque para los adultos quizá sea más difícil (especialmente porque nuestros trabajos normalmente están presentes en nuestros dispositivos) existe una importante pérdida de nuestra humanidad y del funcionamiento natural de nuestros cerebros al forzarlos a estar constantemente absortos por un dispositivo. Nuestra atención y nuestros cerebros nunca estuvieron hechos para estar perpetuamente concentrados en una pantalla, y es vital que intentemos alejarnos de este hábito del que a veces ni siquiera parecemos estar conscientes.

También te puede interesar: Juzgando a Rumi Carter sin conocerla

Deja un comentario

NOTICIAS RELACIONADAS