La toma de posesión de Donald Trump fue la culminación de un ciclo de incredulidad y miedo que empezó en la noche del 5 de noviembre cuando, a pesar de todos los factores que actuaban en su contra, Trump se convirtió en el primer criminal convicto en ser electo como presidente de Estados Unidos.
Y en un clima autoritario, cuasi mesiánico de un hombre diciendo barbaridades y un séquito de personas aplaudiéndolo, vimos a Donald Trump iniciar su segundo mandato como presidente democráticamente electo de Estados Unidos.
Todo en todas partes al mismo tiempo
Y es que es difícil elegir una sola causa de todas las que están amenazadas por el regreso de Donald Trump a la silla presidencial. ¿El medio ambiente? Sin duda ¿La comunidad LGBTQ+? Una de sus víctimas preferidas ¿La equidad de género? Ciertamente ¿La crisis de los migrantes? Claro.
El presidente Trump juró su cargo el lunes al mediodía y, en cuestión de horas, firmó decenas de órdenes ejecutivas y emitió casi 1,600 indultos a los criminales de los ataques al Capitolio mientras buscaba rápidamente rehacer el gobierno y poner a prueba los límites de su autoridad.
Sus acciones tocaron algunos de los temas de política más importantes de la vida estadounidense, desde la salud hasta el medio ambiente y la inmigración, y prometió otros cambios importantes en los próximos días.
Y es que no se trata únicamente del fondo sino de la forma en la que decidió dar a conocer su mensaje. En su discurso de aceptación se hizo ver a sí mismo como un mesías que llega por una anunciación cuasi profética a una tierra decadente. Varios analistas dijeron que este discurso se pareció más al discurso del Estado de la Unión (similar a un informe de gobierno) que a un discurso presidencial. Esto se debe a que en los discursos presidenciales normalmente suele haber un llamado a la unión; se suele nombrar a la parte del electorado que no votó por él y decir, aunque sea por una formalidad, que gobernará para todos desde la silla presidencial.
Sin embargo, el discurso de Trump pareció dedicarse más a encontrar problemas inexistentes (como apropiarse del canal de Panamá o cambiarle el nombre al Golfo de México) y a hablar de cómo el país estaba en un estado de crisis absoluta. Dijo, literalmente, que había sido enviado por Dios para salvar a Estados Unidos del caos en el que se ha hundido. Y es que, entre las múltiples locuras que hemos escuchado a Donald Trump decir a lo largo de los años (cientos de ellas, si no es que miles) nunca había dicho de manera tan literal que había sido enviado por Dios.
No subestimemos a Trump
Y es que, algo que hemos hecho a lo largo del tiempo ha sido cometer el error de subestimar a Donald Trump. Lo hemos escuchado decir barbaridades de tal grado que solemos hacerlo a un lado por la inverosimilitud de sus amenazas. Y lo que esta ocasión ha dejado ver es que todas las barbaridades pueden, en un abrir y cerrar de ojos, convertirse en política pública real. Estas fueron algunas de las más notorias:
Trump decidió retirarse de la Organización Mundial de la Salud, una medida que ya se había anticipado con los frecuentes ataques del presidente contra la agencia sanitaria por su enfoque en la pandemia del coronavirus. Los expertos en salud pública dicen que la retirada afectará profundamente la posición de Estados Unidos como líder mundial en materia de salud y dificultará la lucha contra la próxima pandemia.
Aunado a esto, le concedió un indulto generalizado a las casi 1,600 personas acusadas en el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, concediendo indultos a la mayoría de los acusados ??y conmutando las sentencias de 14 miembros de las milicias Proud Boys y Oath Keepers, la mayoría de los cuales fueron condenados por conspiración sediciosa. La orden de indulto también ordenó al Departamento de Justicia que desestimara todas las acusaciones pendientes contra las personas que enfrentan cargos por los disturbios.
Para la expectativa de muchos, firmó una orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París, lo que convertiría a Estados Unidos en una de las cuatro naciones, junto con Irán, Libia y Yemen, que no son parte del acuerdo, bajo el cual las naciones trabajan juntas para reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero. El único problema es que Estados Unidos es el país más contaminante de todo el planeta, y el hecho de que ellos no estén interesados en cumplir este acuerdo hace que las metas estén mucho más lejos de ser alcanzadas.
Donald Trump no será el primero ni el último hombre sociópata al que se le termina dando una cantidad absurda de poder, o que las personas terminan eligiendo democráticamente. No será el último político radical, misógino, homofóbico, racista y enemigo del medio ambiente. Sin embargo, el movimiento que Trump comenzó a poner en marcha en 2016 (y que ya venía cocinándose desde la presidencia de Obama) es hoy mucho más grande que él. Es un movimiento que ha infiltrado la política norteamericana y en el que hoy en día parecen haber perdido todo el respeto por la formalidad que alguna vez estos cargos tuvieron.
Que hoy en día la investidura no parece significar mucho, ni siquiera en papel. Y que por ser el presidente en turno esto quiere decir que puede hacer lo que desee, sin importar las consecuencias. Porque hoy y siempre se ha tratado de un eterno show de Donald Trump; de sacudir los mercados con un tweet, de cambiarle el nombre a elementos del continente que él no nombró, de tener nexos íntimos y públicos con gigantes del tech sin importar lo que esto pudiera aparentar.
Y lo que es peor, servir de ejemplo para otros líderes en el mundo que han seguido sus pasos.
También te puede interesar: Mark Zuckerberg y el Club de Toby














