Una de las conversaciones más agotadoras de los últimos años ha sido la creciente y excesiva politización del derecho al aborto. La esfera política y legal de Estados Unidos ha sido una de las mayores pruebas vivas de este fenómeno. Y parece que el pasar del tiempo, con las crecientes discusiones al respecto, solo han servido para empeorar la situación. Para seguir politizando una cuestión que no tendría por qué serlo. Como tantas otras en las que la sociedad ha evolucionado, se ha modernizado y ha seguido adelante.
Pero con esta no. Parece que entre más avanzamos en el empoderamiento femenino, más se radicalizan las personas que se oponen al acceso al aborto.
¿Cómo llegamos aquí?
El movimiento antiaborto, en sus múltiples manifestaciones, ha transformado radicalmente las ideas de los estadounidenses sobre el cuerpo de la mujer, la reproducción, la política feminista y, por supuesto, la vida fetal. En los dos siglos que lleva existiendo, sus bases de apoyo, sus tácticas y sus herramientas han cambiado, pero lo que ha permanecido es el efecto que ha tenido en la vida de las mujeres. Al final, el movimiento pro vida transformó las ideas, pero también restringió la capacidad real de las mujeres estadounidenses de acceder a la atención sanitaria reproductiva.
Antes del año 1840, el aborto era una experiencia generalizada y en gran medida libre de estigmas para las mujeres estadounidenses. Durante ese período, el sistema legal estadounidense utilizó la doctrina de la aceleración del feto del derecho consuetudinario británico para decidir la legalidad del aborto. Con “aceleración del feto” se referían a cuando la mujer embarazada podía sentir que el feto se movía, normalmente entre el cuarto y el sexto mes de embarazo. Esta era la única forma segura de confirmar el embarazo; antes de esta época, cualquier feto se consideraba sólo una vida potencial.
Las mujeres utilizaban con mayor frecuencia brebajes de hierbas que habían aprendido de otras mujeres, curanderos o médicos para curar sus “menstruaciones obstruidas” antes de la aceleración. El aborto posterior a la aceleración del feto era un delito, pero sólo un delito menor. Algunos historiadores han sugerido que las leyes contra los abortos posteriores a la aceleración del feto tenían como objetivo principal proteger la salud de la mujer embarazada, no la vida del feto, ya que era mucho más común que las mujeres murieran durante los abortos en los que se utilizaban instrumentos en lugar de abortivos a base de hierbas.
Cualquiera que fuera el fundamento, pocos abortos se procesaban antes de mediados del siglo XIX porque la aceleración del feto era muy difícil de probar. Sólo las propias mujeres podían dar testimonio del movimiento fetal.
Entendiendo el paradigma
El hecho de que la manera de comprender el concepto del aborto y la manera de oponerse hayan cambiado no son más que un síntoma de la época. Es evidente que los métodos para acceder al aborto han cambiado, pero también ha cambiado nuestra manera de entender lo que es y lo que ocasiona.
La persecución está claramente teñida por una fuerte lógica cristiana, aunque quizá no necesariamente todos los que se oponen al aborto se consideren cristianos devotos. Sin embargo, el pensar que este razonamiento secular siga siendo el principal detonador del movimiento pro vida es, verdaderamente, absurdo. En el mundo moderno laico en el que vivimos en occidente, nuestra cultura puede todavía ir muy de la mano con la lógica cristiana, pero nuestras leyes normalmente no lo hacen.
No vemos a países en América Latina tomar acciones legales contra personas que tienen relaciones sexuales antes del matrimonio, o contra aquellos que se divorcian. Sin embargo, ninguno de los dos está aprobado en la Biblia o en la lógica cristiana. Y es, probablemente, porque no son únicos para mujeres.
El problema de la oposición al aborto es que no se trata de «las vidas de los que no han nacido» o de seguir los principios del catolicismo (aunque así se intente propagar). El problema es que se trata, únicamente, de controlar los cuerpos de las mujeres. Y podemos notarlo porque, una vez que los niños nacen, suelen volverse totalmente irrelevantes para las personas que estuvieron defendiendo su derecho a existir. Si su existencia es o no digna, si tienen acceso a comida, casa, educación y cariño se vuelve completamente inconsecuente.
También podemos notarlo de la manera en la que no se persigue a los hombres de la misma manera para no tener relaciones sexuales sin protección. Si la concepción es colectiva, entonces el acto de prevenirla también debería de serlo.
Una lógica expirada
La ley es un producto humano que responde al espacio y tiempo de su creación. A partir de su comportamiento, la sociedad misma sienta el precedente para el establecimiento de una ley. Por lo tanto, la ley responde a las costumbres y demandas de la sociedad y su entorno y es de acuerdo a la pertinencia de estos cambios que debería modificarse también.
Hemos visto esto con el derecho a la educación, el derecho a tener una cuenta bancaria y el derecho a la propiedad. Todos estos fueron derechos que las mujeres tardaron en tener porque la sociedad no los aprobaba. Hoy en día, en el occidente moderno, suena absurdo pensar que se prohibieran de nuevo.
Es por eso que pensar en que si todo el sistema de creencias del mundo moderno está avanzando hacia la lógica del empoderamiento femenino y la equidad de género, el pensar en continuar intentando prohibir el acceso al aborto es nadar contra corriente en un movimiento que no da señales de flaquear.
El continuar argumentando con estandartes falsos como la lógica cristiana, el derecho a la vida o un sinfín de eufemismos no disfraza lo que el movimiento pro vida realmente quiere propagar: el control de las mujeres.
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