Sean Combs, mejor conocido como P Diddy, admitió que golpeó a su exnovia Cassie en el pasillo de un hotel en 2016 después de que CNN publicara este fin de semana un video del ataque. Él respondió subiendo un video en su Instagram disculpándose y diciendo que que sus acciones eran “imperdonables”.
“Asumo toda la responsabilidad por mis acciones en ese video. En aquél entonces me di repulsión a mí mismo cuando lo hice; ahora también siento repulsión”, dijo en el video publicado el domingo en sus redes.
El video de seguridad transmitido el viernes muestra a P Diddy, vestido solo con una toalla blanca, golpeando y pateando a Cassie, una cantante de R&B (que era su protegida y novia de toda la vida en ese momento). Las imágenes también muestran a Combs empujando y arrastrando a Cassie y arrojando un jarrón de vidrio en su dirección.
Misma anécdota, diferente reacción
Cassie, cuyo nombre legal es Cassandra Ventura, demandó a Combs en noviembre del año pasado por abuso sexual, físico y emocional. La demanda se resolvió al día siguiente de manera “amigable” según lo que ambas partes declararon.
Sin embargo, provocó un intenso escrutinio sobre Combs, con varias demandas más presentadas en los meses siguientes, junto con una investigación federal sobre tráfico sexual criminal que llevó a las autoridades a allanar las mansiones de Combs en Los Ángeles y Miami. Actualmente tiene más de 6 demandas por violación y está siendo investigado por el FBI.
Antes de que este video saliera a la luz, P Diddy había negado cualquier comportamiento ilícito de su parte. Su abogado negó las acusaciones de la demanda y en una declaración posterior presentada en noviembre, el abogado dijo que Combs “niega con vehemencia estas acusaciones ofensivas y escandalosas”.
Fuck Sean Combs and ANYONE defending his gaslighting abusive sociopathic ass pic.twitter.com/aJBzOANi7w
— queen of hoops snark ?????? (@layneashley222) May 19, 2024
Sin embargo, este mismo fin de semana en el video mencionado anteriormente, P Diddy se declaró “profundamente arrepentido” de los mismos hechos que negó vehemente hace tan solo algunos meses.
La única diferencia es que ahora existe evidencia mediática pública que no le permite seguirlo negando, por lo que no le quedó de otra que elaborar sobre su arrepentimiento, la repulsión que sentía por sus acciones y las medidas que ha tomado para ser otra persona (terapia, rehabilitación, etc).
Sus acciones siempre fueron las mismas (violencia física y emocional) pero su capacidad para reconocerlas cambió en cuanto ya no existía terreno viable para negarlas, específicamente desde la ventaja que le otorga ser un hombre de poder en el medio del entretenimiento y la credibilidad automática que eso le garantiza.
Uno de los aspectos más importantes de este caso es que incluso con la lluvia de demandas, el escrutinio público y la disculpa pública, esto sigue sin poder garantizar que P Diddy esté verdaderamente arrepentido de sus acciones.
Detrás de la disculpa de P Diddy
Vivimos en una sociedad que otorga un valor sumamente importante a las disculpas, tanto en ofrecerlas como en la capacidad de aceptarlas y perdonar. Desde la normalización del valor del perdón a través de la tradición cristiana, hasta la premisa de que lo poco que compartimos todos los seres humanos es nuestra continua falibilidad, la capacidad de pedir y dar perdón es una parte esencial de la experiencia humana.
Sin embargo, quizá existe algo que no terminamos de entender (o analizar) de la lógica del arrepentimiento y el perdón.
Colectivamente tenemos una fijación con escuchar a quiénes nos han hecho daño pedirnos disculpas; de alguna manera es una de las partes más importantes para poder validar nuestro propio sufrimiento o nuestra capacidad de entender que fuimos ofendidos o maltratados. Sin embargo, esto es un enorme error.
El desarrollar una obsesión con escuchar a la persona que nos ofendió pedirnos disculpas es continuar dándole el poder de validar nuestras experiencias (y por lo tanto que no puedan existir si no las valida). Esto implica una paradoja con potenciales posibilidades de revictimización, continuando a dejar el poder en el victimario.
Asimismo existen pocas veces que el pedido de disculpas se acompaña de una contrición y un arrepentimiento profundos o siquiera verdaderos. Existe tanta presión y valor social con aparentar arrepentimiento al pedir disculpas que el acto de reflexión y crecimiento (del cual debería surgir el arrepentimiento como consecuencia) normalmente no se dan.
En este caso, las disculpas no tienen que ver con el arrepentimiento sino con garantizar la membresía continua en una comunidad moral. El que se disculpa no busca ser perdonado por un acto malo cometido en el pasado, sino más bien pedir no ser excluido de la comunidad moral a la que pertenece y, tal vez, no ser excluido de alguna relación con la víctima.
Lo que suelen querer en primera instancia las personas que se sienten con derecho a una disculpa es el reconocimiento de que han sido perjudicadas. Además de la injusticia original, su queja es que ni siquiera se ha reconocido su difícil situación.
Y es esta una de las realidades más difíciles también en situaciones como las de P Diddy y Cassie: Si el que es acusado de agresor no admite su culpa inmediatamente ¿eso debería hacernos dudar si la acusación es cierta? ¿La ofensa solo existe si el agresor es capaz de admitirla?
Y si bien es positivo que quiénes lastiman a otros asuman la responsabilidad y admitan haber actuado mal, esas confesiones suenan bastante vacías cuando sólo se hacen después de haber sido expuestos (especialmente en un grado tan público como en este caso).
El hecho de que un ser humano sea capaz de observar sus hechos del pasado desde un lugar de crecimiento y genuinamente reconocer que sus actos fueron equivocados es quizá uno de las pruebas más grandes de madurez y crecimiento personal.
Sin embargo, esto no se da de manera sencilla, y quizá eso es lo que no terminamos de entender. El acto de arrepentirse quizá es mucho más interno de lo que es externo; sucede mucho más en la intimidad (y exponiéndose a la incomodidad que surge de la auto reflexión) que en un intercambio con la víctima.
Quizá la insistencia en obtener perdón de la víctima es una muestra más del egoísmo y el intentar continuar haciendo la situación sobre ellos o mantenerla bajo su control.
La tensión surge del hecho de que si el que se disculpa realmente actuara con un espíritu de contrición, quizá no estaría buscando el perdón. Y si tomamos en cuenta que los que perpetran el daño suelen pedir perdón cuando les funciona a ellos (y no necesariamente cuando la víctima lo necesita) entonces, hasta cierto punto, se vuelve un acto completamente egoísta que nada tiene que ver con el bienestar de la víctima.
Y es este mismo patrón el que vemos repetido en un caso de alto perfil y visibilidad como este: un hombre que probablemente nunca se arrepintió (ni se arrepentirá) y utiliza a sus víctimas como un vehículo de su voluntad en el momento: en 2016 fue violencia física y emocional y en 2024 fue utilizar el sufrimiento que ya había provocado como un vehículo de auto compasión sin nunca pagar por sus actos.
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