¿Qué es lo que lleva a una mujer a ser defensora del ambiente? ¿Qué actividades amenazan la vida en sus territorios? ¿Con qué obstáculos debe lidiar? ¿Qué violencias ha recibido y cómo las ha enfrentado? ¿Cómo afecta eso su vida familiar y comunitaria?
Mongabay Latam buscó responder estas preguntas al documentar la vida y la labor que han realizado cuatro defensoras del ambiente y el territorio.
Las cuatro tienen algo en común: crecieron en la Amazonía colombiana, un territorio lleno de vida que se ha ido transformando conforme avanzan actividades como la minería, la deforestación o los cultivos ilícitos:
La placenta de la indígena Inga Soraida Chindoy Buesaquillo fue sembrada en las montañas del Putumayo, en la andinoamazonía colombiana. En su casa, le enseñaron a sembrar, a pescar, a recolectar y, sobre todo, a cuidar ese territorio en donde la selva amazónica se une con las elevaciones de los Andes.
Una tragedia fue lo que llevó a Soraida Chondoy a tener un papel activo como defensora de ambiente y territorio. A finales de marzo de 2017 cuando ella y su familia miraron desde el segundo piso de su casa cómo una avalancha de lodo acababa con su comunidad y arrastraba a sus vecinos. La tragedia de Mocoa, como ahora se conoce a este evento, provocó la muerte de 336 personas y a cerca de 22 000 personas damnificadas, entre ellas a la familia de Chondoy.
Hoy la defensora lucha por evitar que la minería de cobre profane las montañas que para los Ingas son sagradas y aumente la deforestación que altera todos los ciclos del agua. “A mí me reconocen fácilmente y cuando estoy en los semáforos, ya sea en moto o a pie, a veces paran a decirme que deje de pelear por lo que peleo, que los deje trabajar. Seguramente porque tienen algún empleo con la minera”, cuenta Soraida Chondoy.
Mientras tanto, en el departamento de Caquetá, al sur de Colombia, María Alis Ramírez se opuso a la minería, a la tala indiscriminada y a las consecuencias sociales y ambientales de la exploración petrolera.
Por su defensa al territorio y el medio ambiente recibió amenazas de muerte y tuvo que abandonar su finca y el país. Desde 2019 se encuentra, con el estatus de refugiada, en Nueva Zelanda, un territorio muy diferente a la selva amazónica y al río Zavaleta que acompañaron su infancia.
“La amenaza de 2018, por la que tuve que salir del país, es bien confusa porque ya antes había recibido varias y tal vez ni yo misma sepa bien cómo ubicarla, no puedo decir con certeza quién está detrás porque son tantos los actores que violentan el territorio y a todos yo me he opuesto… desde las compañías que trabajan en el desarrollo de la minería legal hasta las minas ilegales, pasando por las grandes multinacionales que buscan petróleo y hasta por grupos armados como las disidencias de las FARC [Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia]. La verdad es que al protestar por el daño a nuestro entorno nos ganamos muchos enemigos. Eso es muy triste, muy duro”, relata desde la lejanía Alis Ramírez.
En el municipio de Piamonte, en Cauca, Maydany Salcedo se ha opuesto al avance de la frontera agrícola en la Amazonía, a los cultivos de uso ilícito, a la contaminación petrolera, a la deforestación y a todo aquello que signifique un riesgo para el ambiente y el territorio.
En junio de 2013, Salcedo fundó la Asociación Municipal de Trabajadoras y Trabajadores Campesinos de Piamonte (Asimtracampic), con el objetivo de que en la región no se siembre más coca y no avance la deforestación. Eso desató que recibiera diversas amenazas. En agosto del 2023, un hombre le dijo: “Se lo advertimos, prepárese para llorar”.
Maydany Salcedo sigue firme en conseguir un anhelo que tiene desde hace años: crear corredores biológicos para las especies que habitan en Piamonte, entre ellas el mico bonito (Plecturocebus caquetensis), uno de los primates más amenazados en el mundo y que sólo se puede encontrar en los departamentos de Cauca y Caquetá. “Aún tengo mucho trabajo pendiente. Quiero dejar una Colombia diferente a mis nietos”, dice la defensora cuando habla de su labor.
Etelvina Ramos llegó a Puerto Caicedo, en el Putumayo, cuando era niña, a finales de la década de los setenta. Su historia resume la guerra en la Amazonía colombiana: creció entre plantaciones de coca, presenció varias masacres, fue desplazada por la violencia y desde hace ya unos años, lucha para que se destruyan los cultivos ilícitos.
Cuando era niña, Etelvina Ramos tenía una pesadilla: una boa la engullía, le rompía sus frágiles huesos y dejaba su cadáver a la merced de otras bestias. Casi medio siglo después, ya no es una serpiente la protagonista de sus noches en vela, sino el gatillo de un arma de aquellos que quieren verla muerta.
“Ya no le temo a la naturaleza, esa se puede conocer, en cambio el hombre es cosa brava. Mis hijos aprendieron a verme amenazada, pero yo no quiero dejarlos solitos aunque ya estén grandes, eso sí me aterra”, dice la defensora que hoy busca crear una Reserva Campesina en Curillo, una figura que permite la gestión comunitaria del territorio y que, entre otras cosas, busca crear las condiciones para el desarrollo sostenible de la economía campesina.
La vida, las amenazas y los anhelos de las defensoras reflejan la compleja situación que se vive en los lugares colmados de bienes naturales, pero que se encuentran bajo el acecho de actividades extractivas tanto legales como ilegales.
Con información de Mongabay Latam
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