Más allá de la discusión por la edad de consentimiento, que recientemente se elevará de 13 a 16 años, ahora se busca redefinir el concepto de agresión sexual, pasando de «relación sexual forzada» a una «relación sexual no consensuada».
Se trata de apenas la segunda revisión de la ley en un siglo, apunta la BBC. Bajo la definición actual en Japón, un individuo que acuse a otro de este crimen no solo debe probarle “no consentimiento” del acto, sino también mostrar que se resistió con fuerza a que sucediera.
Así, el actual concepto de violación que contempla la ley japonesa como una “relación sexual forzada”, con la reforma pasará a definirse como una “relación sexual no consensuada”.
Al respecto, la BBC destaca que el concepto usado hoy en Japón no coincide con el de muchos otros países que definen el crimen de manera más amplia, como cualquier relación sexual o acto sexual no consentido, donde no significa no.
Además de la redefinición de violación, la nueva ley, aún en debate, describe ocho escenarios donde a la víctima se le dificulta el “formular, decir o expresar una intención de no consentir”.
Entre estas situaciones está la intoxicación con alcohol o drogas, que la víctima esté bajo amenaza violenta, o también shockeada. Otro escenario hace referencia al abuso de poder, donde la víctima pueda estar “preocupada” por las consecuencias de la negación.
Más allá de la legalidad en los casos, la vergüenza social asociada a estos incidentes suele llevar a las víctimas de crímenes sexuales en Japón al silencio. Según Human Rights Watch, un 95% de los incidentes de violencia sexual no llega a las comisarías.
Un claro ejemplo de cómo Japón se enfrenta con el conocimiento de los crímenes sexuales es el fracaso que el movimiento #MeToo tuvo en el país, donde muchas de las víctimas que denunciaron abusos fueron condenadas por la opinión pública. Junto a esto, hubo una falta de acción legal aún después de las acusaciones.
El caso más icónico en esto fue el de Shiori Ito, una periodista que se convirtió en el rostro japonés del #MeToo en 2017, cuando acusó a su jefe de violación, terminando por ganar un juicio contra él. A pesar de eso, tuvo que soportar un severo acoso en línea e incidentes humillantes, como uno en el que se vio obligada a representar la terrible experiencia sexual por la que había pasado frente a un grupo de policías compuestos exclusivamente por hombres.
Tras la oleada de reacciones negativas, la afectada afirmó que Japón no tenía un verdadero #MeToo no porque las víctimas no den la cara, “sino porque la sociedad japonesa quiere que permanezcan en silencio”.
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