El mito del instinto maternal

El mito del instinto maternal

Desde la lógica cristiana o a la interpretación de la biología, parece que el mundo ha conspirado para hacernos creer dos cosas: que el ser madre es lo más importante que una mujer hará en su existencia y que el propósito biológico y social de las mujeres es convertirse en madres. Ambas nociones nos han llevado a creer que existe un factor intrínseco dentro de las mujeres que las hace más aptas para cuidar de otros seres humanos: el instinto maternal.

Desmitificando el “instinto”

Dentro de la cultura que habitamos es común hacernos creer que las mujeres son innatamente más aptas que los hombres para cuidar de otros seres humanos -especialmente niños- debido a características que existen dentro de ellas sin que sea necesario hacer algo en específico para cultivarlas. Simplemente “se nace con ello”.

Por definición el instinto se refiere a un sentimiento que obedece a una razón profunda, sin que se percate de ello quien lo realiza o siente. De manera que, dentro de la palabra “instinto”, no es posible cultivarlo (y mucho menos en alguien que no es mujer) pues existe más allá de nuestro control. Y se hace presente sin aparente esfuerzo por parte de la mujer que lo tiene.

A esto han contribuido muchas nociones que se nos han inculcado socialmente, desde figuras religiosas angulares como la Virgen María en el cristianismo. María, al recibir un gran milagro, se convirtió en el símbolo de maternidad más inmaculado que existe y cuya identidad quedó completamente eclipsada por el protagonismo de su amor maternal y devoción de madre. 

Por otro lado, muchos pensadores que han sido importantes para construir las nociones científicas básicas en occidente también han abonado a la creencia del instinto maternal. Charles Darwin, uno de los biólogos más importantes de la historia y a quién le debemos nada más y nada menos que la lógica de cómo vinimos a ser (biológicamente) los seres humanos que somos hoy, suscribió a la idea de que las mujeres están especializadas para cuidar a otros humanos y los hombres para competir entre ellos. Según sus creencias, a causa de este “hecho básico”, los hombres alcanzan una “mayor eminencia” en prácticamente todas las cosas, desde el uso de sus sentidos hasta la razón y la imaginación.

Recordemos nuevamente que la obra de este hombre ha sido una de las piedras angulares de lo que hoy conocemos por ciencia. 

Sin embargo, las prácticas básicas necesarias para poder cuidar de un niño (o cualquier persona) se relacionan directamente con el compromiso y responsabilidad que se tiene con el rol que hay que desempeñar. No se deben a una cualidad innata o mágica que haga a las mujeres más aptas para esto o, lo que es más grave, que les sea innatamente más sencillo que a los hombres y por eso deberían dedicarse más a ello.

La maternidad patriarcal

Las académicas Adrienne Rich y Andrea O’Reilly acuñaron el término “maternidad patriarcal” que se refiere a ​​cómo el patriarcado ha terminado por afectar (y construir) la maternidad. Éste término se refiere a los sistemas, valores e ideologías que sustentan la naturaleza opresiva de la maternidad en un sistema patriarcal. Esta idea de maternidad existe bajo un sistema machista que pone las normas con las que vivimos bajo acuerdos tácitos y muchas veces inconscientes que rigen los sistemas, las instituciones y la cultura en general en la que se ejerce la maternidad.

Esto quiere decir que la idea de la maternidad construida bajo la lógica patriarcal suele abusar de las mujeres y a su vez facilita mucho la vida a los hombres, al mismo tiempo que presenta la maternidad como una experiencia que debería ser naturalmente fácil, feliz y agradable para todas las mujeres. Esto último termina por ocasionar muchos problemas a las mujeres pues, además del estrés y presión que implica parir a un bebé y posteriormente aprender a cuidarlo, sienten que todo debería ser fácil y agradable y si no lo es, esto significa que lo están haciendo mal o que están fallando como madres (e implícitamente como mujeres).

La idea de la maternidad patriarcal (de donde emana también el mito del instinto maternal) le resta responsabilidad a los hombres en la crianza y cuidado diario de los hijos pues transmite la idea de que las mujeres son innatamente más aptas para cuidar a los hijos. Esto quiere decir que incluso si los hombres lo intentaran, nunca serían tan “buenos” para criar a sus propios hijos como las mujeres, por lo que es más conveniente dejarles la mayor responsabilidad a ellas. 

Y a pesar de que existen diferencias biológicas fundamentales que no podemos cambiar (por ejemplo, el hecho de que los hombres no pueden parir o amamantar) esto no significa que los padres tengan un rol secundario en la crianza de los hijos. La dedicación, responsabilidad y amor necesarios para criar a un niño no son propias de ningún género, sino que responden directamente a la voluntad de un ser humano de entregarse a su rol como padre o madre.

Las creencias del instinto maternal y la maternidad patriarcal también han terminado por llevarnos a una exclusión de las mujeres en el mercado laboral debido a su rol como madres que las deja en franca desventaja frente a los hombres. Esto también contribuye a la división desigual de las labores relativas al cuidado de los hijos.

El dejar de creer que las mujeres son intrínsecamente aptas para el cuidado de los hijos es algo que nos beneficiaría a todos como seres humanos. Y lo haría porque nos permitiría pensar en las dificultades de la maternidad como una experiencia humana y normal, lo cual daría a pie a madres menos frustradas y más felices al sentirse acompañadas y validadas. Y al mismo tiempo también permitiría una división más equitativa de las labores del cuidado, una en la que ambos padres pueden contribuir a la carga y apoyarse mutuamente.

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