La controversia que envuelve a Miss Universo 2025 sigue creciendo. En el centro del debate está Olivia Yacé, representante de Costa de Marfil y una de las favoritas del público y del jurado. Tras quedar en el top 5, la modelo anunció su renuncia al título regional de Miss Universo África y Oceanía. Con ello, abrió una discusión global que coloca a la organización en el ojo del huracán por discriminación y racismo.
La polémica estalló después de que Raúl Rocha Cantú, presidente de Miss Universo, justificara públicamente que Yacé no podía ganar debido a las 175 visas que exige su pasaporte para viajar. Esta explicación provocó un rechazo inmediato, tanto en redes sociales como entre expertas en diversidad. Además, reavivó el cuestionamiento sobre la supuesta inclusión del certamen.
Desde ese momento, el debate dejó de centrarse únicamente en quién merecía la corona. Ahora gira en torno a un problema mucho más profundo: la manera en que el racismo estructural y el clasismo global siguen definiendo las oportunidades de las mujeres afrodescendientes en escenarios internacionales.
En una entrevista con Adela Micha, Raúl Rocha explicó que Costa de Marfil necesita visa para entrar a 175 países. Luego aseguró que este requisito hacía inviable que Yacé asumiera el cargo, pues Miss Universo debe viajar con frecuencia.
El argumento parecía logístico, pero pronto se convirtió en el centro de una discusión mayor. La organización admitía, por primera vez de manera abierta, que la nacionalidad —y, por extensión, la raza, el origen y la movilidad global— limitaba la posibilidad de ganar una corona que se vende como “universal”. Como si esta organización, con sus conexiones globales y dueños millonarios no pudieran ayudar con los trámites expéditos para diversas visas.
Este punto permitió a muchas voces señalar un problema urgente: en un mundo donde persiste la supremacía blanca como estructura histórica, las reglas migratorias globales no son neutrales. La movilidad internacional depende de jerarquías coloniales que privilegian a países europeos o con economías dominantes, mientras penalizan a naciones africanas, del Caribe o del Sur Global.
Desde la perspectiva de la teoría crítica de la raza, este precedente confirma que la acusación de racismo no es exagerada. Sobre todo cuando vemos que únicamente seis mujeres africanas se han llevado el título, tres de ellas sudafricanas blancas. Y en sus 73 años de historia, únicamente le han dado la corona a cinco mujeres negras.
Esto nos lleva a conclusiones que a muchos quizás no les gusten. O que digan que ya parecemos gringxs diciendo que todo es racismo. Pero si un concurso global, con aires de inclusivo, impide que ciertas mujeres ganen debido a su color de piel o al pasaporte que les tocó por nacimiento, reproduce desigualdades sistémicas.
Esta es la razón por la cual muchas personas consideran que el argumento migratorio no solo es discriminatorio, sino también un recordatorio de cómo la supremacía blanca y la riqueza (producto de siglos de explotación) continúa estructurando el mundo.
Otro punto crítico del argumento de Rocha es su carácter profundamente clasista. La organización justificó que no podían tramitar 175 visas con anticipación. Sin embargo, especialistas y participantes señalaron que Miss Universo es un concurso millonario que presume conexiones gubernamentales, alianzas diplomáticas y patrocinios de alcance global.
Además, el caso tiene un detalle que derrumba por completo el argumento: Costa de Marfil tiene pasaporte gringo. ¡PASAPORTE GRINGO! El cual facilita notablemente su movilidad. Esta información desmonta la idea de que la candidata estaba limitada desde el inicio.
Por ello, el argumento migratorio resulta clasista, y además débil. Implica que las mujeres con pasaportes “débiles” —asociados al Sur Global, especialmente de países no occidentales o a poblaciones racializadas (porque México también es Sur Global)— jamás tendrán una oportunidad real de ganar. En un certamen global, esta postura refuerza desigualdades históricas y normaliza que el mundo privilegie la ciudadanía sobre el mérito.
Si un concurso que presume inclusión y diversidad excluye a una candidata por su pasaporte, en realidad está excluyéndola por su origen, su raza y su posición en el orden global. Ese es el corazón del problema.
Las declaraciones de Rocha desataron una lluvia de críticas. El periodista Jordi Martín difundió el clip y las redes reaccionaron con indignación:
“Esto se llama discriminación.”
“¿Para qué la invitan si nunca podría ganar?”
“Las visas de una Miss Universo se aprueban en minutos.”
La discusión dejó claro que el público entendió el mensaje: la organización invitó a Yacé sabiendo que no podía ganar. Para muchas personas, esto se traduce en explotación simbólica. Según críticas frecuentes, Miss Universo utiliza la imagen de mujeres afrodescendientes para impulsar una narrativa de inclusión, pero sin intención real de coronarlas.
Quien levantó la voz con mayor fuerza fue Ophély Mézino, Miss Guadalupe y ex primera finalista de Miss Mundo. En una carta abierta, acusó directamente a la organización de Miss Universo de racismo, hipocresía y explotación de territorios pequeños.
Sus palabras fueron contundentes:
“Acusas racismo con una excusa racista.”
“Les robas el dinero a los territorios pequeños.”
“¿Las dejaste competir sabiendo que nunca ganarían?”
Mézino denunció que Miss Universo usa a las candidatas afrodescendientes para obtener ingresos y audiencia, pero les impide ganar bajo criterios migratorios que afectan principalmente a personas racializadas. Su postura conectó con miles de personas que ven en este caso un ejemplo claro de discriminación estructural.
Desde una perspectiva crítica, sus señalamientos exponen que la supuesta diversidad de Miss Universo funciona más como una fachada que como un compromiso real. Inclusión performativa. Las reglas parecen diseñadas para permitir que mujeres no blancas “participen”, pero no para que accedan al mismo nivel de poder o reconocimiento.
No es la primera denuncia que recibe el certamen este año. Hace unas semanas, surgió el escándalo que desató todo: Omar Harfouch, músico franco-libanés y exjurado del certamen, denunció que Rocha le pidió explícitamente no votar por representantes africanas, algunas asiáticas y países europeos como Rusia o Serbia.
Según Harfouch, Rocha argumentó que las ganadoras deben viajar con él en su avión privado durante un año, por lo que prefería candidatas con pasaportes de países con mayor movilidad. El exjuez calificó esta práctica como racista y anunció que evalúa acciones legales en Estados Unidos por fraude, abuso de poder y daño moral.
Estas declaraciones refuerzan la acusación de discriminación sistémica. Si la organización vetó a candidatas por su nacionalidad antes incluso de competir, entonces la elección no fue un concurso, sino un casting diseñado para favorecer a ciudadanas de países específicos.
Tras la polémica, Olivia Yacé renunció a su título regional. En un mensaje en redes sociales, habló de dignidad, igualdad y valores. Su renuncia fue un acto político. Convirtió su experiencia en una denuncia pública que expone cómo la discriminación afecta a mujeres negras en todos los niveles de representación global.
Yacé afirmó que seguirá trabajando por oportunidades más justas para las comunidades afrodescendientes y recordó que su presencia —y la de otras mujeres negras— es un acto de resistencia.
El caso de Olivia Yacé revela una contradicción profunda. Miss Universo presume diversidad, pero sus reglas internas parecen perpetuar un modelo de belleza y movilidad centrado en estándares occidentales y privilegios asociados a pasaportes “fuertes”.
Desde un análisis editorial, este episodio muestra que la organización ha reducido la diversidad a un eslogan. Cuando una mujer africana y afrodescendiente tiene todo para ganar, pero no gana por su nacionalidad, el problema no es logístico: es estructural.
La presión aumenta. Delegadas de Ecuador, Indonesia y Noruega denunciaron desinformación interna, reglas cambiantes y desgaste emocional. Para muchas, el certamen perdió credibilidad.
Mientras tanto, las acusaciones de racismo, clasismo y favoritismos políticos siguen acumulándose. La organización enfrenta una tormenta que podría obligarla a replantear todo su sistema de elección.
La pregunta que domina la conversación es clara: ¿Puede Miss Universo seguir presumiendo inclusión mientras excluye sistemáticamente a quienes representan a poblaciones históricamente oprimidas?
El caso de Olivia Yacé demuestra que no.
(Y sí, desde nuestra opinión este certamen ya no debería de existir. Para empezar, ya no es relevante. Pero sobre, a través de Miss Universo se continúan perpetuando la cosificación de la mujeres y estándares de belleza eurocentristas y poco realistas. Además de seguir impulsando estereotipos patriarcales sobre las mujeres -digan lo que digan-).
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