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Acoso a Sheinbaum: cuando dudar también violenta

El acoso a Sheinbaum no solo expuso una falla en la seguridad presidencial, sino una herida abierta en el país: la violencia cotidiana que viven millones de mujeres mexicanas. La mandataria fue víctima de tocamientos e intento de beso por parte de un hombre alcoholizado mientras caminaba hacia un evento público en el Centro Histórico.

“Decidí levantar denuncia, porque esto es algo que viví como mujer, pero que lo vivimos todas las mujeres en nuestro país”, declaró. Enfatizó que su decisión busca enviar un mensaje claro: si a la presidenta la acosan en plena calle, ¿qué puede esperar el resto de las mujeres mexicanas?

Horas después, la Secretaría de Seguridad Ciudadana confirmó la detención de un hombre de 33 años como probable responsable del acoso a la mandataria y a otras dos mujeres. El delito, tipificado en el artículo 179 del Código Penal capitalino, puede alcanzar hasta tres años de prisión.

Sheinbaum reiteró que nadie debe vulnerar el espacio personal de las mujeres, “no lo digo como presidenta, sino como mujer”. Además, anunció que revisará junto con la Secretaría de las Mujeres en qué entidades del país el acoso aún no es delito para impulsar su penalización a nivel nacional.

Revictimización y responsabilidad mediática

El episodio no solo generó indignación, también desató una ola de especulaciones. En redes sociales, algunas voces insinuaron que se trató de un montaje, una acusación que, más allá de la desinformación, constituye un acto de revictimización. Dudar del testimonio de una víctima perpetúa el mismo sistema que normaliza la violencia.

La propia presidenta condenó el uso de las imágenes del momento por parte de varios medios de comunicación. Señaló que su difusión repetida, sin consentimiento, transgrede los límites éticos del periodismo y puede incluso configurarse como una forma de violencia digital bajo la Ley Olimpia. “Poner la fotografía rebasa todo. Es un asunto de calidad humana, fuera de toda moralidad”, advirtió.

La revictimización mediática —ya sea al repetir imágenes, banalizar el hecho o insinuar responsabilidad de la víctima— agrava el daño emocional y normaliza la violencia. Pensar que fue un montaje es desconocer que ninguna mujer, ni siquiera la presidenta, está exenta de acoso.

Un reflejo de la violencia estructural

Los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) confirman la magnitud del problema: el 22,6 % de las mexicanas mayores de 18 años enfrentó acoso o violencia sexual en espacios públicos durante el primer semestre de 2025. En el ámbito digital, el 22,2 % fue víctima de ciberacoso, la mayoría por parte de hombres.

ONU Mujeres recordó que cualquier forma de acoso o abuso constituye una violación a los derechos humanos y un delito que debe ser denunciado y sancionado. “Erradicar la violencia contra las mujeres requiere el compromiso de todas las personas”, enfatizó el organismo.

El caso de Sheinbaum se inscribe en un contexto alarmante: siete de cada diez mexicanas mayores de 15 años han sufrido alguna forma de violencia a lo largo de su vida. En promedio, diez mujeres son asesinadas cada día en el país, según datos de la ONU.

Seguridad, cercanía y poder

El incidente también abrió el debate sobre la seguridad presidencial. Sheinbaum, fiel al estilo de su antecesor Andrés Manuel López Obrador, renunció al Estado Mayor Presidencial y se rodea de un equipo reducido conocido como la Ayudantía. Aun así, la mandataria descartó reforzar su seguridad. “No podemos estar lejos de la gente, sería negar de dónde venimos y cómo somos”, afirmó.

Expertos en seguridad, como Raúl Benítez-Manaut de la UNAM, advierten que la disolución del cuerpo especializado de protección dejó un vacío en la seguridad de altos funcionarios. Sin embargo, reducir este hecho a una falla de protocolo invisibiliza su dimensión más grave: la violencia de género.

“Si me lo hacen a mí, ¿qué pasará con las demás?”

El acoso a Claudia Sheinbaum trasciende la anécdota personal. Es un recordatorio de que ninguna posición de poder inmuniza a las mujeres contra la violencia. “Si esto le hacen a la presidenta, ¿qué va a pasar con las otras mujeres en el país?”, cuestionó.

Esa pregunta interpela a una sociedad que aún tiende a dudar, justificar o trivializar los testimonios femeninos. El reto no solo es judicial, sino cultural: entender que cada gesto de acoso es una agresión y que cada duda hacia la víctima perpetúa la impunidad.

El camino hacia una vida libre de violencia exige creerle a las mujeres, denunciar, y cuestionar las narrativas que intentan convertir la violencia en espectáculo o estrategia política. Porque no fue un montaje: fue acoso, y nombrarlo así es el primer paso para erradicarlo.

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Editordmx

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