Es común escuchar opiniones sobre las nuevas generaciones que, entre otras cosas, hablan de la erosión de sus habilidades sociales. Y a pesar de que las críticas sobre las nuevas generaciones muchas veces suelen caer en lugares comunes sin comprender completamente el contexto en el que las nuevas juventudes se desarrollan, quizá valga la pena analizar esta crítica en particular.
En el libro The Anxious Generation: How the Great Rewiring of Childhood Is Causing an Epidemic of Mental Illness, Jonathan Haidt argumenta cómo las generaciones nacidas a partir de 1996 han sufrido profundamente los efectos negativos de haber crecido con smartphones y redes sociales.
Jonathan Haidt traza los efectos más severos de esta tecnología hacia los adolescentes aproximadamente desde 2010 hasta 2019. Y determina que el cerebro de las personas jóvenes ha sido profundamente afectado por haber crecido con smartphones, especialmente por el exceso de estímulos y gratificaciones instantáneas a una edad en la que el desarrollo del cerebro está lejos de completarse.
El pasar tanto tiempo en sus celulares parece haber tenido un efecto importante en cómo se relacionan también entre ellos. Aparentemente, los adolescentes se relacionan románticamente cada vez menos entre ellos. Y las tasas de actividad sexual también son cada vez más bajas.
De hecho, las tasas de actividad sexual entre los adolescentes han disminuido en las últimas tres décadas: en 1991. Según una encuesta gubernamental de Estados Unidos alrededor del 54% de los estudiantes de secundaria afirmaron haber tenido relaciones sexuales; en 2021, la cifra fue del 30%.
Todo indica que el romance adolescente ha estado en declive durante mucho más tiempo, disminuyendo generación tras generación durante 75 años: según una encuesta de 2023 del American Enterprise Institute, el 56% de los adultos de la Generación Z declara haber tenido novio o novia en la adolescencia, en comparación con el 69 % de los millennials, el 76% de la Generación X y el 78% de los baby boomers.
Hay muchas causas posibles, como la epidemia de soledad, la dependencia excesiva de la tecnología, el miedo a las agresiones sexuales, las expectativas poco realistas de las relaciones en las redes sociales, el aumento de la ansiedad y la depresión adolescente, la adicción a la pornografía, la disparidad de género en los campus universitarios y la disminución del tiempo libre para los adolescentes. Pero lo cierto es que, si bien la conexión romántica ha disminuido, el anhelo por ella sigue siendo el mismo.
En épocas pasadas, cuando los adolescentes no pasaban un promedio de ocho horas al día frente a una pantalla, el suceso de un romance típico solía ser poco novedoso pero certero. Y no auguraban normalmente una larga duración, muchas veces eran dolorosos o poco interesantes o simplemente no se concretaban. Y está bien, porque lo valioso de los romances adolescentes no suele ser el hecho de que se conviertan en relaciones formales y longevas. Sino que nos ayuden a conocernos mejor en edades donde todavía estamos formando características importantes de nuestra personalidad.
Los adolescentes, evidentemente han cambiado desde la época de MSN Messenger. En realidad siempre hubo ansiedad sobre cómo esta tecnología jugaría un papel en la formación de su desarrollo social y cómo afectaría a las nuevas generaciones. Sin embargo, nunca ha sido tan drástico el contraste entre la vida en línea y la vida normal de los adolescentes como para los que vivieron la adolescencia durante la pandemia. En el momento en el que entraban en un período crucial para desarrollar su independencia y conectar con sus amigos, se vieron aislados de la mayor parte de la interacción en persona. Y esto probablemente permeó más de lo que hemos sido capaces de entender hasta ahora.
Existe mucha preocupación sobre cómo la pandemia influyó en el desarrollo de los niños que la experimentaron. Una encuesta de Gallup de 2025 reveló que el 22% de los padres pensaba que tuvo efectos negativos duraderos en las habilidades sociales de sus hijos, un porcentaje levemente superior al de los que estaban preocupados por los efectos en la salud mental o el rendimiento académico. La preocupación por las habilidades sociales fue particularmente aguda para aquellos cuyos hijos estaban en la secundaria durante la pandemia.
La realidad es que los jóvenes de la Gen Z han sufrido más los efectos negativos de las redes sociales y la tecnología porque no han tenido otra parte de su vida de la cual «agarrarse», como suele ser con aquellos en sus veintitantos o la generación millennial. A diferencia de ellos, la Gen Z comenzó a edificar sus relaciones sociales cuando la tecnología y las redes sociales ya eran una parte importante de nuestro día a día, y como suele pasar con todas las generaciones, son las personas más jóvenes que suelen adoptar las nuevas tecnologías con mayor facilidad.
Es importante enseñarle a los adolescentes y niños (de manera colectiva y particular) a desarrollar mejor sus habilidades sociales, ya sea limitando el uso de smartphones dentro de las escuelas y teniendo un uso más limitado y supervisado de las redes sociales. Como es de esperarse con los adolescentes, esto podrá causar una importante resistencia. Pero quizá si logran ver las ventajas de la convivencia en persona y logran dejar de tenerle miedo, podremos tener una generación mucho más hábil y resiliente que todas las que le antecedieron.
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