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El peligro del movimiento antivacunas

El movimiento antivacunas ha cobrado cada vez más popularidad a pesar de sus terribles consecuencias para la salud pública. Ha hecho más difícil enfrentar nuevas enfermedades como el COVID-19 y ha hecho que enfermedades que ya estaban prácticamente erradicadas (como el sarampión) lleguen a índices récord de contagios.

 

Y es que el movimiento antivacunas no es únicamente un reflejo de la falta de confianza en el sistema de salud pública, sino que es reflejo de una problemática mucho mayor: la falta de confianza en las instituciones y el rechazo al conocimiento de expertos.

 

En el libro The Death of Expertise: The Campaign Against Established Knowledge and Why it Matters el autor Tom Nichols argumenta en la raíz de la erosión de la democracia norteamericana se encuentra el rechazo público generalizado y la desconfianza hacia los expertos, lo que impide que los votantes tomen decisiones informadas basadas en hechos consensuados. 

 

Esto ha resultado en que rechacemos el conocimiento de los expertos (quiénes normalmente tienen que pasar años y múltiples retos profesionales para poder obtener los puestos que tienen) y creamos que por haber escuchado un testimonio en redes sociales o hacer una búsqueda rápida en internet, eso nos hace más capacitados que los profesionales.

 

A esto también han contribuido las redes sociales, los influencers y las teorías de conspiración. También se pudo haber debido a una relación más distante entre médicos y pacientes, en la que sentimos que los médicos no nos escuchan de verdad y no tienen en cuenta nuestras experiencias personales sino que quieren encasillar un método único a casos distintos que probablemente requieran mayor atención. 

La erosión de la confianza

En una república democrática, donde elegimos a funcionarios para que nos representen y tomen decisiones independientes sobre una variedad de temas en los que nadie puede ser el único experto, debemos presuponer que las personas en la autoridad saben lo que están haciendo. Sin embargo, rara vez es así. Y no es necesariamente porque los que están en el poder hayan hecho algo mal (aunque en ocasiones sí es así). Lo que cambia ahora es que, en lugar de exigir rendición de cuentas, elegir mejores personas o hacer preguntas inteligentes, el ciudadano promedio está seguro que, por diferentes razones, sabe más que aquellos en el poder. 

 

Y esto ciertamente es el resultado de un conjunto de problemas, desde el abuso de poder como la negligencia pasando por varios errores en el sistema médico. Y aunque existen algunos casos en el que los tratamientos holísticos y alternativos sí pueden funcionar (preferiblemente no con enfermedades virales altamente contagiosas o padecimientos graves), no son una estrategia plausible para contener grandes amenazas de salud pública a nivel poblacional. 

 

Y no es solo eso, sino que los casos que los movimientos antivacunas argumentan para rechazar la inmunización suelen ser poco representativos o alejados de la realidad. Un ejemplo de ellos es la creencia de que las vacunas presuntamente causan autismo, una mentira que se ha extendido en los últimos años y se ha hecho más grave con las declaraciones falsas de Robert F. Kennedy Jr, Secretario Salud y Servicios Sociales. Los padres parecen estar más preocupados por la vacuna triple vírica (SPR), que se utiliza para prevenir el sarampión, las paperas y la rubéola.

 

Múltiples estudios han demostrado que la vacuna triple vírica (usada para prevenir el sarampión, las paperas y la rubéola) no causa autismo. La mayoría de estos estudios se realizaron con muestras de gran tamaño y hoy en día existe consenso en la medicina sobre la seguridad de estas vacunas. Al mismo tiempo, existe una enorme cantidad de desinformación sobre el autismo (que a su vez ha sido causada por la investigación limitada que se ha hecho sobre el trastorno) lo cual da pie a este tipo de declaraciones falsas.

 

¿De dónde vienen estas creencias?

La oposición a las vacunas no es un concepto nuevo. Desde que existen las vacunas, ha habido quienes las han rechazado. El rechazo a las vacunas comenzó a principios del siglo XIX, cuando la vacuna contra la viruela empezó a utilizarse masivamente. La idea de inyectar a alguien con un fragmento de una ampolla de viruela vacuna para protegerlo de la viruela fue objeto de numerosas críticas. Estas críticas se basaban en objeciones sanitarias, religiosas y políticas. Algunos clérigos creían que la vacuna contravenía su religión.

 

Los expertos en salud y medicina han celebrado las vacunas como uno de los mayores logros del siglo XX, pero no todos están de acuerdo. En los últimos años, la oposición a las vacunas se ha debatido con mayor frecuencia en las noticias. Padres preocupados optan por no vacunar a sus hijos por diversas razones y terminan provocando un aumento repentino de enfermedades infecciosas que ya estaban casi erradicadas, causando incluso la muerte.

 

Existen diversas razones detrás de la oposición a las vacunas. Algunas personas tienen que renunciar a ciertas vacunas debido al alto riesgo de posibles reacciones alérgicas. Sin embargo, la mayoría de quienes rechazan las vacunas deben saber que el riesgo es mínimo y, en términos de proporción, el riesgo de muerte o complicaciones por contraer la enfermedad es mucho menor que el riesgo que imponen las vacunas. Es por eso que se volvieron una estrategia a escala poblacional en primer lugar.

 

Está de más decir que el sistema médico está lejos de estar exento de fallas, sin embargo, es importante que recordemos que el politizar la ciencia y las vacunas probablemente no será la solución a enfermedades virales o graves. Si tenemos dudas sobre nuestros tratamientos es importante buscar profesionales médicos con los que podamos exponer nuestras inquietudes y recibir mayor información. Sin embargo, el oponernos a las vacunas sólo se convertirá en un enorme problema para nosotros mismos y todos aquellos que nos rodean. Y si existe una solución sencilla y accesible para evitar estas enfermedades (ya que para muchas no la hay) nuestra mejor estrategia es poder aprovecharla.

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Constanza García Gentil

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