El juicio de Gisèle Pelicot pasará a la historia como uno de los actos más valientes de la historia del feminismo (en el caso de la víctima) y a la vez el más cobarde en el caso de los más de 50 involucrados.
Gisèle Pelicot, de 72 años, testificó sobre los abusos sexuales repetidos y prolongados de su exmarido. Dominique Pelicot admitió en noviembre de 2020 haber drogado a su entonces esposa durante casi una década y haber reclutado a decenas de otros hombres para violarla. Hay otros 50 hombres procesados además del exmarido de Pelicot.
En Francia las víctimas de delitos sexuales tienen derecho al anonimato, pero Gisèle Pelicot decidió renunciar a él para dejar ver la enorme problemática alrededor del concepto que tenemos de la violación. Este enorme acto de valentía ha abierto la puerta a una dura conversación sobre la violación en las relaciones y los matrimonios. Como ejemplifica este caso, las realidades de la violencia sexual pueden ser muy distintas de lo que la gente considera “típico”
El estereotipo de violación (y de otros delitos sexuales en general) consiste en una víctima femenina, joven, atractiva y solitaria que es atacada por un hombre desconocido, normalmente por la noche, en un lugar público. El agresor puede utilizar un arma y la víctima se resiste físicamente al ataque. Algunas veces la víctima sobrevivirá y otras no.
Sin embargo, el caso de Giséle Pelicot ha terminado por reiterar de la manera más terrorífica lo mal que estamos en las creencias colectivas que se tienen sobre la violación y la agresión sexual hacia las mujeres.
La idea de que un hombre (siendo éste un esposo, padre, hermano, etc) tiene derecho a decidir por una mujer incluso cuando es adulta, es una creencia que está impresa en todos los rincones de este caso. Y si alguna vez pensamos que ya estaba obsoleta entonces estuvimos profundamente equivocados.
Una enorme mayoría de los 51 hombres identificados en el material audiovisual recuperado por la policía francesa usó el argumento de que no creyeron que la estuvieran violando porque tenían la “autorización por parte de su esposo”. Si les creyéramos a estos hombres, ellos realmente creían que si un marido permite que alguien tenga relaciones sexuales con su esposa, eso indica que su esposa está disponible para tener relaciones sexuales.
Dado que Dominique Pelicot engañó a muchas personas, incluidos sus familiares, quienes han dicho que siempre habían pensado que la suya era una familia feliz, es plausible que los hombres pensaran que estaban tratando con una esposa normal que tenía una perversión inusual. Sin embargo, el problema verdadero es que todo esto significa que también pensaron que en los maridos cabe permitir el acceso al cuerpo de sus esposas.
Si hemos tenido tantos problemas entendiendo el consenso a nivel colectivo entonces aquí está el detalle. El problema que los hombres enfrentan al entender el concepto del consenso es que creen que este sigue descansando en las manos de los hombres, no importa quiénes sean. En este caso era el esposo. Si no hay esposo presenta y son ellos quiénes quieren acercarse a la mujer, el consenso descansa entonces en ellos mismos.
Y lo que tienen en común todas estas situaciones es que la voluntad de la mujer no es nunca tomada en cuenta. Ya no vale la pena entrar en discusiones ambiguas o hacer el esfuerzo por llegar a un acuerdo transgeneracional: las pruebas son claras. En pleno siglo XXI, en un país supuestamente avanzado en el que las mujeres tienen voz y voto, acceso a la salud y a la educación, son profesionistas y se pueden mantener solas, las pruebas indican que nada de esto es suficiente para que puedan decidir sobre su propio cuerpo y sobre quién tiene acceso a él. La sociedad sigue creyendo que son los hombres quiénes deciden. Y la razón por la que los violadores involucrados en el caso de Gisèle usaron este argumento (asesorados todos por un abogado) es porque creyeron que lo iban a tomar en cuenta como una defensa plausible. Y lo que es peor: aceptable.
Entre la enorme lista de hechos terroríficos que este caso ha dejado ver, este es quizá uno de los peores. Que en medio del despertar del empoderamiento femenino estamos todavía tan lejos de entender el concepto tan básico del consenso.
Al renunciar a su anonimato e insistir en que la audiencia se celebre en un tribunal abierto, Gisèle se ha convertido no solo en víctima de un crimen horrible, sino también en un icono feminista y una inspiración para otras sobrevivientes de violación. El juicio ha planteado cuestiones de consentimiento, “sumisión” química y el tratamiento de las víctimas de abuso sexual en Francia, donde el movimiento #MeToo ha luchado por avanzar desde que surgió en 2017. Los grupos feministas dicen que el juicio ya está alentando a otras víctimas de abuso sexual a presentarse, incluso si, según el Instituto de Políticas Públicas, se estima que el 86% de las denuncias de abuso sexual y el 94% de las violaciones no se procesan y nunca llegan a los tribunales.
El caso Pelicot ha dejado ver la importancia de este tema. Los defensores de los derechos de las mujeres también han instado a los legisladores a añadir el término “consentimiento” a la definición legal de violación. Actualmente, la ley francesa define la violación como “un acto de penetración sexual… cometido sobre una persona, con violencia, coerción, amenaza o sorpresa”.
Una de las partes más descabelladas de este caso es que ha dejado ver que no existen los principios ni el “conservadurismo” real. Al final del día solo se trata de tener control sobre el cuerpo de una mujer y de poder encontrar la razón que más resuene con la legitimación de los hombres para defenderse.
En otras palabras, la gente tiene ideales antiquísimos sobre el poder en un matrimonio, pero nociones liberales de la década de 1970 sobre la voluntad de todas las personas, incluidas las mujeres, de responder a todos los deseos sexuales en todo momento, sin importar el contexto. Es conservador y libertino a la vez. La combinación de estas dos creencias es especialmente peligrosa para las mujeres, como lo ha demostrado este caso. Cuando la gente cree que el marido es quien manda en el matrimonio y puede convencerse a sí misma de que cualquier mujer está disponible para tener sexo en cualquier situación, deja abierta la puerta para que las esposas sean depredadas.
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