La semana pasada, el alcalde de San Miguel de Allende, Miguel Trejo Pureco, anunció que el gobierno municipal creará el Instituto de Apoyo a los Hombres con el objetivo de darles atención psicológica y económica a aquellos que son víctimas de extorsión, homicidios y desaparición de sus familiares. Su argumento fue el siguiente: “porque los hombres también lloran y son víctimas de violencia”.
“En San Miguel generaremos el Instituto de Apoyo a los Hombres donde podrán recibir apoyo psicológico, apoyo económico para proyectos productivos, al igual que lo hacemos con las mujeres”, dijo el sábado pasado Trejo Pureco, en un video en sus redes sociales.
Esta sugerencia carece de sentido y es a su vez una clara muestra de desdén o de ignorancia (o ambos) sobre la lógica detrás de la violencia de género. Y sin embargo, no es la primera vez que un funcionario público mexicano sugiere algo similar.
En agosto del año pasado, el entonces presidente AMLO fue acusado por el INE de haber ejercido violencia política de género contra la aspirante de la oposición, Xóchitl Gálvez. Posteriormente el mandatario respondió insinuando que él también había sido víctima de violencia de género. “¿Todo lo que me dicen a mí no es violencia de género? ¿O el género es nada más femenino?” dijo durante la conferencia mañanera.
Lo que el presidente insinuó es que, el hecho de que la más alta autoridad electoral en el país le señalara que su manera de expresarse hacia Xóchitl Gálvez era inadecuada -principalmente estando en el púlpito presidencial- de alguna manera lo hace víctima de violencia de género. Sobra decir que esto está lejos de ser violencia por parte del INE, y mucho menos es violencia de género.
Pero, ¿por qué estos hombres están tan lejos de tener una base racional para su argumento? Esto nos remite a la famosa “discriminación a la inversa” y por qué ésta no existe (a pesar de que tantas personas frecuentemente quieran justificar que sí).
En el marco de la discriminación y los grupos marginados, muchas personas (y notoriamente grupos privilegiados) han intentado afirmar la existencia de la mal llamada “discriminación a la inversa”.
Empecemos con un ejemplo similar. Desde una perspectiva sociológica, la concepción general del racismo a la inversa es la misma que la del sexismo a la inversa. El racismo inverso es el concepto de que la visibilización, la inclusión y otros esfuerzos para desmantelar el privilegio blanco y trabajar por la justicia racial es en realidad «racismo» dirigido a la gente blanca. En su uso más extremo, la gente blanca puede llegar a afirmar que la población blanca es ahora el grupo racialmente oprimido de la sociedad, pero la mayoría de las personas que utilizan el racismo a la inversa lo utilizan para describir cualquier acto de prejuicio racial dirigido a la gente blanca.
El racismo, en tanto nos referimos a él hoy, conlleva el peso del prejuicio histórico (y aquí descansa la clave) contra la comunidad racializada; por lo tanto, no se puede aplicar a la población blanca que no experimenta el trauma cotidiano y las secuelas racistas de la opresión histórica. Tan solo este contexto hace que el racismo a la inversa sea imposible.
El privilegio blanco, definido como la inmunidad que tiene la población blanca contra el prejuicio y la opresión que se dirige contra las personas racializadas, es una inmunidad porque, simplemente por haber nacido con piel blanca, las personas blancas existen con una ventaja sobre las personas racializadas. Por lo tanto, cualquier acción que eleve a la comunidad racializada no hace más que nivelar el campo de juego y no es perjudicial para las personas blancas.
Lo mismo es cierto cuando se trata del sexismo inverso. En nuestra sociedad patriarcal, los hombres que se presentan e identifican como hombres nacen en cuerpos que se encuentran en un pedestal más alto que las mujeres que se presentan e identifican como mujeres. Desde el inicio de sus vidas, sin siquiera ser conscientes de ello (y ciertamente sin haber trabajado por ello), los hombres ya cargarán consigo un privilegio.
Refiriéndonos estrictamente al género (igual que estos dos funcionarios afirmaron), los cuerpos de los hombres tienen más inmunidad contra la violencia, la opresión y el prejuicio que los cuerpos de las mujeres. Esto cambia cuando se trata de la identificación: una persona que nace en un cuerpo que se presenta como masculino, pero que se identifica como gay, bisexual, queer o trans, no experimenta la misma inmunidad que un hombre heterosexual.
De la misma manera, cualquier esfuerzo que intente reducir la brecha de género se considera empoderamiento femenino y no hace más que nivelar el campo de juego para que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres. Y esto se puede dar, por ejemplo, creando becas para mujeres en ciertos campos (muchas veces dominados por hombres), o al formar una organización exclusivamente femenina. Estas no son acciones sexistas.
El mundo en el que vivimos ya está hecho para la comodidad y ventaja de los hombres heterosexuales y cisgénero, y cualquier acción que tomemos para incluir y empoderar a las mujeres simplemente nos provee de una igualdad de condiciones y oportunidades, y es a esto a lo que llamamos equidad.
Es importante mencionar que los hombres sí son víctimas de violencia. Pero no es la violencia a la que AMLO y Miguel Trejo mencionaron, sino la violencia que el patriarcado ejerce ante todos, incluyendo a los hombres. No es una violencia tan fuerte como la de las mujeres, pero sigue siendo una violencia que genera sufrimiento y opresión, y con cuyo peso terminan cargando a lo largo de su vida.
Y esta violencia no es de la que hablan estos funcionarios, porque si así fuera, no verían a la mujer como el enemigo, sino como la aliada más natural en una lucha que es de todos, pero cuya responsabilidad (al ser los dueños del privilegio) cae prominentemente en los hombres. Como aliados activos, y no como víctimas.
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