Valeria denuncia que sufrió el acecho de exalumno durante 8 años
En 2016 Valeria era directora de una universidad privada en Monterrey, donde también daba clases. Aunque la mayoría de los alumnos eran menores que ella, David, que era mayor, tomaba una de sus materias, publicó
Desde un principio, su intuición la hacía desconfiar de él, pero sabía que no se trataba de una valoración objetiva.
Hasta ese momento solo podía decir que no le agradaba su presencia, aun sin que hubiera otra interacción más allá del saludo. Incluso más adelante, él se dio de baja y pasaron tres semanas más sin novedad.
Valeria sintió alivio, pero luego de ese breve periodo, comenzó a recibir diversos correos de David, sin asunto, pero con fotos adjuntas. Las imágenes variaban: algunas eran políticas; otras, documentos personales de él y curriculums inventados, pero también fotos de homicidios y feminicidios. Además, screenshots de fotografías de Valeria que tomaba de sus publicaciones en redes sociales.
Algunas veces llegó a contestar con signos de interrogación, pero después empezó a bloquear sus cuentas. Los recibía en su cuenta de docente, en la personal y en la de otro trabajo. Cada cuenta que bloqueaba, él generaba una nueva y volvía a inundar la bandeja de entrada de Valeria. A diario recibía entre 300 y 400 imágenes; más tarde, también vía Facebook e Instagram.
Para Valeria, eliminar los contenidos y bloquear sus cuentas se convirtió en parte de su rutina. Tres o cuatro años pasaron así, mientras ella creía que lo único que podía hacer era borrarlas, porque en los hechos “no le estaba pasando nada”. “Yo no sabía, ahora lo sé por psicólogas y demás, que desde ese momento van sembrándote una paranoia muy extraña; vas aprendiendo a vivir con eso”, cuenta ahora.
Poco después empezaron las llamadas a su celular. Escuchaba la respiración de una persona del otro lado, que después colgaba. Dado que era el número que utilizaba para su trabajo, se veía obligada a seguir contestando números no identificados, aunque los iba bloqueando.
Después de casi cinco años de esas conductas, finalmente en una llamada, al preguntar quién era, le respondieron: “Una persona que la quiere y la admira mucho”. Colgó.
“Cuando escuché su voz, inmediatamente lo hilé a David. Ya tenía la sospecha de que era él por las fotografías diarias, pero no estaba segura. En ese momento estuve segura, y ese mismo día por la noche me llega un whatsapp de él”, relata.
“Hola maestra, espero que se encuentre muy bien, soy David, no sé si se acuerda de mí”, decía el mensaje. Ella le contestó, como lo haría con cualquier alumno; él le contó que su papá acababa de fallecer y necesitaba apoyo. Valeria respondió que no era la persona indicada ni especializada para ello, y que además se sentía incómoda hablando con él.
El mismo día más tarde, por mensaje le dijo que estaba muy enamorado de ella. Valeria le pidió que no la buscara más, e incluso argumentó que tenía una pareja. “Tú no has entendido que me tendrías que matar para yo dejarte en paz”, recibió un nuevo mensaje unas horas más tarde, con otro tono y tuteándola por primera vez.
“Ahí entendí que iba a ser el inicio de algo que es fecha que no se ha acabado”, lamenta Valeria. “En ese momento ya empieza él físicamente a ir a buscarme a todos los lugares, yo ya estaba trabajando en otra universidad y él comenzó a irse a parar ocho horas afuera, desde que yo llegaba, hasta que yo salía”.
Valeria se vio orillada a buscar formas seguras de llegar y regresar. Incluso pidió ayuda a amigos y conocidos, pero él incluso le escribía mensajes sobre cosas que la había visto hacer o vestir durante el día.
“Todas las noches se aseguraba de que yo supiera que él me había seguido durante todo el día”, dice Valeria.
Después de que una vez se presentara en la recepción de su vivienda, decidió denunciarlo, siguió todo el proceso en la fiscalía, pero nadie hizo nada por ella, más que sugerirle que hablara con él. Un día en especial, recibió una llamada por el celular en la que él amenazó: “hoy te voy a encontrar y te voy a matar”.
En cuanto llegó a su departamento, decidió exponer el caso en redes sociales. Gracias a eso, las autoridades volvieron a contactarse, ahora sí convencidas de que podían actuar.
Recibió solidaridad de muchos lugares, pero particularmente de mujeres que trabajaban en el Ministerio de Justicia canadiense. La invitaron a encontrarlas en la Ciudad de México.
Así empezó su camino como activista. Unos días antes, además, las autoridades habían aprehendido a David por acoso y amenaza de muerte, gracias a un par de mensajes que tenían connotación sexual.
En la reunión en la Ciudad de México, Valeria supo que lo que vivía en realidad se llama “acecho”, una conducta que en muchos países está tipificada como tal.
El acoso no siempre procede en una situación como la de ella porque requiere de una connotación sexual. En ese momento, su camino se unió a la asociación Nosotras para ellas, que podía trabajar la tipificación a nivel nacional, y hoy sigue impulsándola.
Sin embargo, de regreso a Monterrey, Valeria se encontró con una nueva audiencia. Dado que su agresor tenía varios meses privado de su libertad sin que se probara un delito específico, lo dejaron en libertad.
Cuando ella volvió a hacer pública esa decisión, un nuevo juez se desistió y determinó que la libertad había sido un error. En una nueva audiencia, le pidieron que por su propia voluntad regresara. Como era lógico -opina Valeria-, él aprovechó para darse a la fuga y después de siete meses de burlar la ley, le concedieron un amparo para recuperar legalmente su libertad.
Valeria volvió a la rutina de reforzar su propio cuidado y protección. La justicia no pudo hacer más, y hoy no sabe si David acecha a alguien más o podría volver a hacerlo incluso con ella.
“Me dejaron a mi suerte y seguimos trabajando en la ley, pero en mi caso, por ejemplo, ya no aplica; él tendría que reincidir, pero bien podría ser una llamada o irme a matar”, advierte después de ocho años de enfrentar su acecho.
Diana Murrieta, fundadora y presidenta de Nosotras para ellas, explica que el acecho debe ser entendido como un acto reiterativo de hostigamiento, seguimiento constante hacia una persona provocándole miedo, amenaza, intimidación y cambios en su vida.
La diferencia con el acoso es que en México este se reconoce con fines netamente sexuales, mientras que en el acecho ese componente no es indispensable. Además, el acoso se refiere a un solo hecho, suficiente para poder denunciar. El acecho consiste en al menos dos actividades que puedan relacionarse entre sí.
“En el momento en el que nos establecen un ‘no’, y que no consienten en continuar con la relación, en ese momento se tiene que parar; si se continúa, entonces ya se entiende que se está acechando como tal”, precisa.
En México, el acecho está contemplado como delito únicamente en tres estados: Guanajuato (2019), Coahuila (2023) y Tamaulipas (2024). Los demás son justo el objetivo del proyecto de cooperación internacional que la asociación trabaja en conjunto con el Ministerio de Justicia de Canadá. Murrieta precisa también que en todo el mundo, solo América Latina no tipifica el delito, mientras que en otros países lleva incluso hasta 30 años.
“Hay muchos estudios acerca de cómo se relaciona la tipificación del acecho con un posible feminicidio. En contextos europeos o de Norteamérica, ha sido un delito que funciona para aquellas personas con expareja o ‘stalkers’, como tal, que siguen a una persona, que hay un tema de salud mental, un tema de obsesividad contra alguien, pero en México también nos hemos dado cuenta que el acecho no solo está en este tipo de relaciones, sino en tipos de secuestro, de reclutamiento del crimen organizado, y de trata en todas sus variantes”, añade.
Conductas como las que vivió Valeria podrían ser tipificadas bajo la figura de acecho, pues no siempre pueden ser consideradas acoso. El primero significa, sobre todo, reconocer la prevalencia en el tiempo de una misma conducta: correos electrónicos reiterados donde solo se adjuntan imágenes, sin mensajes o amenazas; envío repetido de flores cuando no existe una relación consensuada o se trata de una persona a la que nunca se le ha comunicado el domicilio; mensajes diarios con fotos de la persona en diversos lugares, aunque no se exprese intención alguna en particular.
“Estamos hablando de una persona que está empleando sus recursos, ya sea tiempo o dinero, para poder seguir, rastrear a una persona y con eso crearle una intimidación; con qué fines, justo es lo que estamos en proceso de investigación.
En México la violencia, en su gran mayoría, crece. El acecho es la antesala de muchos delitos, no solo una conducta como tal que busque seguir a una persona toda su vida”, precisa.
Políticas, activistas, periodistas y en general, personas que tienen una vida pública también pueden vivirlo, alerta Murrieta. No siempre implica que la persona exprese la intención de daño, agresión o conducta sexual, pero no es normal que sus acciones tengan connotación de seguimiento, ya sea repetitivo o diario.
“En México nos falta muchísimo en temas de tipificación, lo estamos trabajando, todavía tenemos activas 10 iniciativas en el país. Es un exhorto también a que los congresos se interesen por estos delitos; creo que a todas, a todos y a todes nos interesa bajar las cifras de violencia, pero no nos interesa desde la prevención”, remarca.
Reconocer la figura de acecho -añade- es, a final de cuentas, una medida preventiva, que al mismo tiempo ayuda a mandar el mensaje, desde las primeras conductas, de que no es una manera sana de relacionarse.
“Nos han enseñado muchísimo acerca del amor romántico, y de cómo nos tenemos que relacionar, que ha viciado la manera en la que nosotras aceptamos una relación consensuada, al nivel de no saber que podemos consentir no estar en contacto, y que no tenemos que sentirnos responsables por no querer hacerlo”, dice Murrieta.
El planteamiento de la asociación para tipificar el delito no es punitivista, sino desde la justicia restaurativa, pues están convencidas que lo principal es que incida en el cambio de mentalidad en la sociedad y en la sensibilización de las autoridades para otorgar medidas de protección en lugar de ignorar cuando una víctima, como Valeria, tiene miedo incluso de llegar a casa.
“No es algo aislado, y es sumamente importante trabajarlo, porque al parecer nadie está trabajando en la prevención. Decimos que lo hacemos, con todas estas campañas, pero al menos de la parte de las autoridades, dejan mucho que desear. Hay mucho más movimiento de activistas y mujeres que lo que tendrían que estar haciendo las autoridades, que les corresponde trabajar en estos casos”, subraya Valeria.
Con información de Animal Político
Foto: Ilustrativa
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