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El feminismo de Sheinbaum (o la ausencia de)

México eligió a su primera presidenta mujer en toda la historia. Suena como una hazaña considerando que vivimos en un país extremadamente machista, uno de los más hostiles y peligrosos para existir siendo mujer. Incluso existen personas que todavía creen que la palabra presidenta no existe, que el término en masculino es el único que existe y que es el que debería usarse para referir a las mujeres. Los medios internacionales reportaron con asombro este hecho. Incluso Jean Carroll, la enorme figura de empoderamiento femenino, quien ganó el juicio contra Trump probándolo culpable de abuso sexual y difamación por negar la acusación de violación, publicó lo siguiente en su twitter: 

 

Sin embargo, hay mucho por debajo de la superficie de lo que significa que hoy Claudia Sheinbaum va a ser la próxima presidenta de México.

 

¿Mujer = feminista?

Quizá uno de los errores más simplistas que cometemos es el creer que el tener a una mujer candidata significaría automáticamente una representante del movimiento feminista, alguien que activamente lucha por la igualdad de género. Sin embargo, esto dista de la realidad. En El Segundo Sexo, la obra más emblemática de Simone de Beauvoir, ella menciona la siguiente anécdota: 

A veces, en el curso de discusiones abstractas, me ha irritado oír que los hombres me decían: «Usted piensa tal cosa porque es mujer.» Pero yo sabía que mi única defensa consistía en replicar: «Lo pienso así porque es verdad», eliminando de ese modo mi subjetividad. No era cosa de contestar: «Y usted piensa lo contrario porque es hombre».

 

Igual que el ser mujer no implica que automáticamente se tiene que pensar de una manera, el ser una mujer que ejerce en la política no significa tener una agenda feminista, ni ser alguien cuya carrera se destaca por una lucha activa por los derechos de todas las mujeres, al igual que las luchas transversales que el verdadero feminismo implica (anticolonialismo, antirracismo, pro ambientalismo, pro LGBTQ+, antiautoritario, antidiscriminatorio etc).

 

Tanto la ganadora de las elecciones como su opositora Xóchitl Gálvez tienen esta característica en común, a pesar de las características que las distinguen. Ninguna de las dos ha sido un baluarte de la igualdad. Incluso se han distinguido por, en sus respectivas carreras, ignorar la violencia que sufren las mujeres en las demarcaciones a su cargo. Xóchitl Gálvez experimentó un crecimiento significativo en índices de delitos del fuero común durante su administración en la delegación Miguel Hidalgo. 

 

Por otro lado, durante la administración de Claudia Sheinbaum como Jefa de Gobierno de la CDMX la situación de la violencia contra las mujeres pasó de grave a muy grave con el avance de su administración. Durante 2018, al inicio de su sexenio, se habían registrado 47 feminicidios. Posteriormente la cifra subió cada año, alcanzando la cifra de 61 en 2023. Estos datos  muestran que el feminicidio subió 29% en la Ciudad de México a lo largo de la administración de Sheinbaum, una cifra brutal para cualquier político pero especialmente incriminante para una funcionaria que dice abogar por los derechos de las mujeres. Y como si estos datos no fueran suficientes, durante el primer debate presidencial en abril la entonces candidata declaró que en la CDMX había “impunidad cero” en los casos de feminicidios, y que todos habían sido resueltos.

 

Intereses e ideales

Después de haber sido declarada ganadora, Sheinbaum dijo que el hecho de que una mujer pueda ser presidenta “es un símbolo para nuestro país, para todas las niñas, para todas las jóvenes, de que sus sueños pueden convertirse en realidad”, y declaró que esto demuestra que el país ha avanzado más allá del machismo, aunque “tenemos que avanzar más”.

 

Y más allá de lo que pueda o no pensar la presidenta electa, los ideales que pueda o no tener, sus acciones están más marcadas por las alianzas e intereses políticos que por el deseo de transformar el sistema desde dentro y para todas. Su administración ha estado marcada por una relación tensa con los grupos feministas, por actos simbólicos más que trascendentes y, principalmente, por la más poderosa de sus lealtades: una a un presidente que nunca ha visto por las mujeres de México.

 

De manera que tanto Xóchitl como Claudia le deben al movimiento feminista la existencia de los mecanismos que permitieron que pudieran llegar a ser tomadas en cuenta como presidenciables (y además candidatas más prominentes que un hombre). Sin embargo, son únicamente representantes de los ideales e intereses políticos de partidos fundados por hombres y que ven mayormente por intereses patriarcales. De manera que ellas no representan un cambio sistémico, sino una continuación de intereses previamente acordados, pero ahora con un vehículo femenino (debido a que en el tiempo que vivimos es socialmente aceptado). Si tener una candidata mujer no fuera redituable para estos partidos, ninguno hubiera elegido a estas mujeres. Su intención nunca fue transformar la política mexicana ni el machismo que habita en nuestra cultura.

 

Y este movimiento no es exclusivo a nuestro país: lo vemos tanto en Giorgia Meloni en Italia como en Marjorie Taylor Greene en Estados Unidos y muchas más en otros países. El ser un aliado de la igualdad de género no depende necesariamente de la identidad de género sino con los valores y propósito de transformación. Y el no exigir a las políticas simplemente por el hecho de ser mujeres es también un error. El estar comprometido con el movimiento feminista es una misión sumamente importante que va mucho más allá de conformar con el género que nos fue asignado al nacer y no hacer nada más.

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Constanza García Gentil

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