No existe manera de reducir la importancia que puede tener la figura materna en la vida de un ser humano. Más allá de lo mucho que hayamos podido idealizar el rol de la madre en la sociedad, la realidad es que esta es una de las conexiones más importantes y decisivas en la vida de un ser humano. Una que nos marcará para siempre (de manera positiva y/o negativa) y que tendrá una influencia importante en la manera en la que vemos el mundo y en la persona en la que nos convertimos.
Sin embargo, la responsabilidad que ponemos en los hombros de la figura materna es, muchas veces, imposible de cargar. Es importante recordar que es posible reconocer el valor del papel de las madres sin idealizarlo. Esto se da en las sociedades patriarcales en las que se cree que esta idealización es benéfica para las madres aunque en realidad no lo es.
Si bien superficialmente parece que la idealización beneficia a las madres y mejora su lugar en la sociedad, idealizar a las madres en realidad hace que las mujeres se sientan culpables y sin poder. Esto deriva en que los desafíos y errores cotidianos se convierten en fuentes de profunda vergüenza. Tenemos la expectativa de que las madres nunca deberían estar enojadas o de mal humor. Esto deriva en que cosas como pedir ayuda o sentirse abrumada se terminen considerando síntomas de fracaso.
Y es por esto que es imperioso recordar una de las disyuntivas más importantes del ejercicio de la maternidad: que a pesar de que hemos construido esta experiencia como algo que prácticamente vuelve a las mujeres en superheroínas o las hace crecer enormemente como personas, las mujeres que se convierten en madres no son más que seres humanos falibles al igual que el resto de nosotros.
Las mujeres que se convierten en madres son seres humanos con defectos (al igual que el resto) y, como es de esperarse, muchas veces esto puede derivar en traer traumas pasados que no se han tratado a su papel como madres.
La psicóloga Bethany Webster ha llamado a este fenómeno la Herida Madre. La Herida Madre es el dolor arraigado en nuestra relación con nuestras madres que se transmite de generación en generación en las culturas patriarcales y tiene un efecto profundo en nuestras vidas. Cuando no las sanamos, transmitimos las heridas maternas que nuestras madres y abuelas antes que nosotras no lograron sanar, que consisten en creencias, ideales, percepciones y elecciones tóxicas y opresivas sobre nosotros mismos, los demás y sobre la vida misma.
Algunas señales de que hemos tenido una relación tóxica con nuestra madre pueden derivar en los siguientes patrones:
El patriarcado da origen a la Herida Madre. En las culturas dominadas por hombres, las mujeres están condicionadas a pensar que son “inferiores” y no merecedoras ni dignas. Este sentimiento de “menos que” ha sido internalizado y transmitido a través de innumerables generaciones de mujeres. Las presiones que sufren las madres en el sistema patriarcal, incluyendo teniendo que supeditar todos sus sueños y necesidades personales al ejercicio de la maternidad derivan en una presión significativa.
Esta presión es asfixiante para la mayoría de las mujeres y genera enojo, depresión, ansiedad y dolor emocional general que, cuando no se trata y se reconoce (como suele ocurrir en las culturas patriarcales) se transmite inconscientemente a sus hijos a través de formas sutiles, o incluso agresivas, como abandono emocional (las madres no pueden estar presentes emocionalmente cuando están estresadas), manipulación (vergüenza, culpa y obligación), o rechazo.
Las madres tóxicas existen debido a que han tenido que crecer y convertirse en madres en condiciones que probablemente no dejaban mucho espacio para ser una persona más allá del rol de la madre. Y por lo tanto, tampoco para sanar sus traumas. Pero también existen por sus propias limitaciones como seres humanos que, al no ser tratadas correctamente, terminaron extendiéndose a la relación con sus hijos. Este tipo de heridas pueden verse exacerbadas cuando la relación con la pareja no es buena, ya que suelen depender de sus hijos para el apoyo emocional que no reciben de sus parejas, lo cual puede derivar en relaciones de codependencia excesiva que dificultan el desarrollo emocional correcto de los hijos.
Lo mejor que se puede hacer para evitar este tipo de situaciones son procedimientos complejos pero necesarios. El primero de ellos sería aprender a manejar, entender e intentar solucionar los traumas personales antes de convertirse en madres. Esto es una poderosa herramienta para el mejor manejo emocional personal y el poder evitar futuros problemas en la relación con los hijos.
Por otro lado, es extremadamente conveniente tener una reflexión profunda sobre la idea de la maternidad antes de decidir si queremos ser madres o no. Y no solamente si el tener hijos es algo que necesariamente queremos, sino también si es algo que creemos que podremos hacer bien; el pensar si nuestras cualidades (y defectos) como persona serán útiles en la crianza de otros seres humanos.
Y no existe respuesta correcta o incorrecta a estas reflexiones, sino únicamente la respuesta que se adapte mejor a nuestra propia felicidad y comodidad, alejada de cualquier presión social. Porque a final de cuentas la gratificación, amor, traumas o frustraciones de una relación que genera cambios permanentes (tanto físicos como mentales) serán nuestros para cargar por el resto de nuestras vidas.
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