Los derechos reproductivos y acceso al aborto parecen tener un rumbo desigual en el mundo: existen muchos países que caminan hacia el rumbo de la libertad mientras que otros evitan a toda costa ponerse al día con la tendencia que el mundo comienza adoptar. Y durante los últimos días pudimos ver dos excelentes ejemplos de ambas cosas: el pasado 28 de febrero el Senado de Francia votó por incluir el aborto en la Constitución (el cual ya tenía 49 años de ser despenalizado) como una “libertad garantizada”.
Al mismo tiempo, algo que parecía salido de una novela futurista distópica también sucedió. En una clínica de fertilidad ubicada en un hospital en Alabama, una persona entró al almacén de la clínica y abrió un tanque donde se almacenaban embriones congelados, sacó una muestra y la dejó caer al suelo. Al hacerlo, estos embriones fueron destruidos.
Dichos embriones congelados pertenecían a al menos tres parejas que se estaban sometiendo a FIV o fertilización in vitro. Esta es una situación bastante inusual. No se sabe por qué una persona pudo entrar en esta habitación ni por qué metió la mano en un tanque que contenía embriones congelados a 360 grados Fahrenheit negativos. Sin embargo, el problema más grande es que las parejas afectadas presentaron una demanda contra la clínica de fertilidad y el hospital.
El problema principal es que en el argumento legal que presentaron se mencionaba a los embriones como “seres humanos embrionarios criopreservados”. Argumentaron que la sala de almacenamiento donde se guardaban los embriones debería considerarse en la misma calidad que una guardería (debido a que están protegidas por regulaciones estatales y deben ser cuidadosamente vigiladas). Argumentaron que los niños pequeños (incluyendo los embriones) no pueden protegerse a sí mismos.
Así que en realidad estaban argumentando que los embriones que fueron destruidos en este incidente eran esencialmente sus bebés y habían sido asesinados. Esto, claramente, dio pie a una serie de argumentos legales, discusiones y disposiciones que han generado caos entre la lucha por los derechos reproductivos y aquellos que están peleando por poder tener un bebé.
Más allá del argumento de las parejas que perdieron sus embriones, el verdadero problema fue que la Suprema Corte del estado de Alabama dictaminó que los embriones eran considerados niños. Esto obligó a que se detuvieran todos los procesos de FIV en el Estado debido a temores de ser demandados por asesinato, algo que nunca antes había sucedido.
Esencialmente lo que dijo la Corte es que una “vida humana” es una vida en todas las etapas de la gestación. La lógica detrás de esto es que todos los componentes necesarios que conforman a un ser humano y que van a impulsar su desarrollo están presentes desde la concepción. Esencialmente, para quiénes piensan así “solo varía el tamaño” del “ser humano” en cuestión.
Esta manera de pensar -y lo que es más grave, de legislar- está severamente intervenida por la lógica cristiana. El Presidente de la Corte de Alabama dijo literalmente que «La vida humana no puede ser destruida injustamente sin incurrir en la ira de un Dios santo, que ve la destrucción de Su imagen como una afrenta a sí mismo… esto es cierto para los no nacidos al igual que para cualquier otra vida humana.”
Los derechos reproductivos vienen siendo una fuente de polémica en Estados Unidos desde hace varios años, especialmente desde 2022 cuando se penalizó el aborto nuevamente en varios estados al anular el precedente de la sentencia Roe vs Wade que daba acceso al aborto hasta las 24 semanas de gestación.
Esto dio pie a una polemización extrema del tema en este país, al grado de ser uno de los temas más divisorios tanto para los partidos como para los votantes. El tema que debería de ser un derecho de salud básico se ha convertido en el campo de batalla político de las guerras culturales de este país.
Y a pesar de que la lógica detrás de la persecución al derecho al aborto es, supuestamente, para “darles a los niños la oportunidad de nacer” esta resolución se ha vuelto un obstáculo incluso para eso. Incluso las parejas que están intentando activamente tener un bebé y se enfrentan con problemas de fertilidad hoy ya no saben cómo será su futuro. Y lo que es peor, incluso las parejas que ya habían dado inicio al proceso han tenido que pausarlo.
Lo más problemático de esta resolución es que están intentando limitar de maneras tan absurdas el acceso a los derechos reproductivos (y optando, literalmente, por el fundamentalismo religioso en la legislación) que están generando confusión y división incluso entre quiénes se consideran “pro vida”.
En una sociedad democrática las personas deberían de ser libres de practicar su fe sin ser perseguidos ni discriminados. Sin embargo, el pensar en basarse en una lógica secular para el acceso a los derechos reproductivos y tratamientos de fertilidad es probablemente uno de los retrocesos más grandes en los que podríamos pensar en una sociedad moderna.
Nadie debería de ser perseguido por practicar su fe al igual que nadie debería de ser perseguido por optar (o no) por tomar control de su fertilidad y manejarla de la manera que sea más adecuada para la persona en cuestión. Pero parece que estas legislaciones no están guiadas por el acceso al derecho o la libertad, sino por la opresión en cualquiera de sus formas: sea para tener hijos o no.
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